viernes, 30 de octubre de 2015

En el mal la vida es más sabrosa


I
La primera cuestión que surge sobre el mal es si realmente existe, o dicho en términos filosóficos, tiene ser. ¿Es el mal la ausencia de bien o la abundancia de bienes mal habidos? ¿Puede un corrupto ser feliz sabiendo que es malo o requiere de un proceso psicológico que justifique su maldad? Las respuestas a estas preguntas son de suma importancia en la tradición occidental cristiana. Es la indagación más común en la gente el preguntarse: ¿si Dios es bueno por qué permite tanta maldad? En un tiempo, la respuesta teológica era que el mal no existe, solo es una privación del bien (“privatio boni”), es ausencia de lo que debería ser. Vamos a ver: supongamos que yo soy por decir algo… un… lo primero que se me viene a la cabeza: …un fiscal del ministerio público y mis acciones condenan a un inocente. Eso parece ser algo más que una “privatio boni”. Un teólogo me dirá que en verdad yo conocía cual era el buen camino, pero en función de la libertad, que es un don divino, yo decidí no tomarlo.

II
Según los antiguos griegos, el mal solo puede ser consecuencia de la ignorancia. Una persona sabia entiende que lo que más conviene a sí mismo es obrar bien porque el mayor bien es el bien moral y como somos egoístas por naturaleza y queremos para nosotros el mayor bien, no hay mejor negocio, ni nada más inteligente que ser bueno. En otras palabras, Sócrates les diría a todos los titulares de cuentas mal habidas en Andorra, que más que millonarios vivos, son unos pobres brutos al creer que porque se chorearon 1.000.000.000.000,00 de $ van a alcanzar el mayor bien que es el de ser virtuosos (como sí lo es el rector de la UCAB). Claro que ellos desde su Ferrari, su yate y su casota se reirán del filósofo que bebe cicuta por obedecer las leyes, pero el filósofo será eternamente bueno y eso sí que no tiene precio. Sócrates les diría: si todo el mundo se comportara como ustedes no tendrían ni siquiera donde gastar ese dinero. ¡Imagínense un mundo solo poblado de corruptos! Dicho de otra manera: ser malo puede producir dividendos únicamente porque la humanidad es mayoritariamente buena y por ello hay esperanza en el hombre. Dios no tolera el mal, acompaña al hombre que lo sufre y lo sufrió en su propia carne, para redimirnos de él aquí y ahora.


III
Hegel decía que el mal también tiene su utilidad en la formación del espíritu del mundo. ¿Cómo sabríamos si no dónde está el bien? Sin Hitler o Stalin en toda su maldad, quien quita que la humanidad hubiese caído en una experiencia fascista o comunista peor, irremediable y definitiva. Dios y la maldad coexisten porque sin la opción de escoger el mal no seríamos libres. Somos libres porque podemos decidir tomar distintos caminos morales y éticos: en este será una cuenta milmillonaria mal habida en Suiza, en aquel encontrar la cura a la lepra y salvar a millones (de personas). Entonces, desocupado lector, si sientes que solo ves maldad a tu alrededor -sea esta porque hay ignorancia del bien o por imposibilidad de tomar el camino correcto aunque lo conozcan-, el día 6 de diciembre tienes la oportunidad de ejercer tu libertad–con todas las limitaciones del caso, lo sé-, de expresar con todas tus fuerzas un contundente ¡yo no!

La maldad no debe espantarnos. Lo verdaderamente esperanzador es que siendo el mal tan sabroso, haya tanta gente optando por el bien.


Laureano Márquez
Editorial de Tal Cual
Por Joelvin. R. Villarreal. V  (2015)  "Nuestro futuro está en manos de la nueva generación, la que rechaza el statu quo, esa misma que ha comenzado a cuestionar su realidad y las “verdades” marxistas, estamos hablando de una generación que no criminaliza al empresario y la propiedad privada de los medios de producción, jóvenes ajenos a la discursiva populista. La actual generación se prepara para asumir un proceso político devolucionario, es decir; devolver a los ciudadanos lo que el estatismo les robó –comenzando por la propiedad del subsuelopara empoderarlos y llevarlos a una nueva sociedad de hombres realmente libres y prósperos".


Fuente: http://eltabloideliberal.blogspot.com/2015/10/la-herencia-maldita-la-mentalidad.html

lunes, 26 de octubre de 2015

Nuestro Compromiso

Venezuela atraviesa la crisis económica más grave de su historia pero la fractura del sistema de principios y valores es el legado más terrible que estos años de gobierno nos dejarán como herencia. En las primeras de cambio, se instituyó la futura orientación del gobierno: el presidente recién electo justificó el hecho de que alguien pudiera robar para combatir el hambre. Ese fue el punto que abrió la primera esclusa de las reservas morales y desde allí nunca ha dejado de gotear esa represa.

Los malandros ahora son buenandros, los grupos violentos son precursores de la paz; quienes agreden verbalmente todos los dias, aseguran que lo hacen por amor al  pueblo. En este raro ecosistema, la política, definida como el arte de dirimir en paz todos los conflictos, se fue de vacaciones y, en su lugar, actúan como suplentes, el sectarismo y la confrontación pura y dura. El historiador Carl Von Clausewitz  señaló en su comentado libro: “La guerra es la continuación de la política por otros medios” concepto que parecieran reivindicar los actuales dirigentes cuando aplican la judicialización de la política y la máxima de que quien no esta conmigo, esta contra mi.

Ante ltales actuaciones, los ciudadanos se suman a la construcción de un estado entrópico: peatones y motorizados cruzan las calles, cuándo y por donde se les antoja; cada vez mas médicos y enfermeras irrespetan a los pacientes en los centros de salud; numerosos maestros y profesores incumplen su sagrada misión; un número significativo de trabajadores públicos y privados tertulian con sus compañeros, abandonando sus obligaciones; existen policías que solicitan auxilios para construir módulos; muchos funcionarios públicos amasan fortunas y mientras tanto algunos diputados, pies al aire,  descansan en sus sillas.

Intentaré imitar a los profetas, quienes denunciaban pero también anunciaban, propongo que tal como hizo Inglaterra cuando cambió el sentido del tránsito para la derecha, un día pongamos los relojes a cero y suscribamos un compromiso moral para lograr el desarrollo de nuestro país y el bienestar de todos los venezolanos ¿Cómo lograrlo?  Quienes gobiernan deberán hacerlo para todos y sin insultar a nadie,  los empresarios producirán  con calidad y a buenos precios, respetando la dignidad de sus trabajadores y estos a su vez, cumplirán con sus funciones sin excusas; los médicos atenderán con respeto a sus pacientes, los maestros y profesores volverán a ser los ductores de los ciudadanos y por ultimo, todos lucharemos frontalmente contra  la corrupción administrativa y la erradicación de la pobreza.

*Coordinador Nacional de “Gente” Generación Independiente
@alvareznv



VENEZUELA URGIDA DE GERENCIA

Existen países en los que la Administración Pública es una carrera profesional. En ellos, inclusive, existen universidades en las que el pregrado y los resultados de la dedicación estudiantil, constituyen la antesala para optar a postgrados y especializaciones en la gestión pública.

Por supuesto, se trata de países civilizados en los que aquellos que se dedican a la política, están obligados a trabajar seriamente para convencer al ciudadano bien informado, formado y que sabe perfectamente lo que es participar y no dejarse engatusar. Mejor dicho, los políticos no actúan como farsantes de oficio, sino como líderes de avanzada; obligados a actuar aceptando que necesitan del ciudadano, y no que el ciudadano necesita de ellos para acceder a un carguito público o, en el peor de los casos, al abrazo de rigor y a la sobada oportunista.

En esta parte del mundo, aún hay que recorrer mucho trecho para alcanzar esos estándares sociales. Pero hay que trabajar con miras a esas metas. Y hacerlo sin dudar un segundo que ese es el recetario histórico más útil, cuando se trata de curar las enfermedades en la relación administración-administrados, y que hoy, en el caso de Venezuela, se traducen en las peores de las crisis por las que no está pasando ningún otro país del Continente y, posiblemente, en no muchas otras naciones del resto del mundo.

Si las angustias y los temores de un país y de sus ciudadanos se midieran con un termómetro, en el caso de Venezuela el mercurio ya se estaría desbordado y todas las alarmas encendidas. Nadie que esté en su sano juicio puede explicarse cómo fue que el país que hace pocos fue un modelo político, económico y social  de América Latina y de otras latitudes, por su potencial de desarrollo y su capacidad de ofrecer futuro y oportunidades, haya llegado hasta aquí.

Venezuela es hoy también referencia regional y mundial. Es verdad. Pero, triste y lamentablemente, por ocupar las últimas posiciones de los diversos índices con los que, organizaciones e instituciones especializadas en todo el mundo, evalúan el cumplimiento de requisitos y condiciones para ser países considerados apropiados para la inversión privada, para la vida en familia, para conquistar bienestar y prosperidad, para vivir en libertad.

Seguridad, desabastecimiento, salud, educación; cualquier otro tema relativo a calidad de vida del ciudadano en Venezuela, sólo refleja una progresiva descomposición de la base esencial de todo país que presume de civilizado: su base institucional. Las instituciones públicas venezolanas legitiman a cada segundo el comprometedor lema de "sálvese quien pueda".

El instinto de supervivencia ha ido minando los valores morales; inclusive, los principios fundamentales de la convivencia en paz, en armonía, en un sano y apropiado uso de la inteligencia y de la racionalidad. El primitivismo signa hoy la vida de millones de personas que consideran que sólo así es posible subsistir.

¿Qué hacer?. ¿Cómo hacerlo?. Emerge la necesidad imperiosa de las coincidencias, de los acuerdos entre los liderazgos, indistintamente de las posiciones que detenten. Y para que eso suceda, se hacen sentir las miradas que identifican a varios actores imprescindibles para impedir que la irracionalidad se apodere de Venezuela después del 6D.

La Iglesia en procura de rescatar la moral, buenas costumbres y respeto al prójimo, por lo demás, fundamento imprescindible para el diálogo proactivo y respetuoso. Ese aporte, de hecho, hoy se hace sentir en distintas partes del mundo. Los  emprendedores dispuestos a servirle al país a partir del uso apropiado de la capacidad de gerenciar. Los propios partidos políticos como soporte de la necesidad del orden social y de la capacidad de impedir el arraigo prolongado de la anarquía. Las Fuerzas Armadas y su disposición  a actuar con base en los requisitos que les establece la Constitución de la República. Y, sin duda alguna, los trabajadores organizados y liderados, en atención a la comprometedora realidad de  que será a las empresas y a sus socios productivos, es decir, a sus empleados, a quienes les corresponderá asumir el mayor de los costos ante la urgencia de que la necesidad del entendimiento se convierta, finalmente, en el punto de partida de la estabilidad económica y social de la nación.

Actualmente, las organizaciones partidistas tienen en sus manos la responsabilidad del protagonismo electoral. Están actuando, por razones obvias, como maquinarias electorales: prevalecen los intereses personales con miras a convertir en un hecho positivo la gestión del convencimiento colectivo. Todo gira alrededor de la importancia de coronar una victoria, de un triunfo que, sin embargo, no puede pasar a convertirse en una nueva patente de corso para señalar, enjuiciar, castigar y de imponer procedimientos a partir del resentimiento y de la administración de la venganza. Es, por supuesto, la misma y válida acepción con la que tiene que identificarse la conducta de los llamados independientes, convertidos por anticipado en posibles vencedores electorales en diferentes partes del país.

Construir soluciones a partir de estas realidades implica que, así como no es posible –por inaceptable- hacer política como siempre, tampoco puede pretenderse que la administración del Estado venezolano siga siendo lo que ha sido hasta ahora. Es decir, un culto al personalismo, a la degradación del sano empleo del diálogo, en contra del necesario resguardo al principio de la administración apegada a la ética y a la gerencia de calidad, como a la importancia de que sea una auténtica expresión del servicio al ciudadano

La administración del Estado se tiene que adecentar a partir del mismo momento que la voluntad ciudadana disponga que llegó el momento de cambiar. Y eso es ahora. Pero no para el reemplazo de individualidades, sino de poner en marcha un verdadero proceso transformador capaz de erradicar progresivamente cada una de las causas que han hecho posible lo que cada venezolano percibe: ir a un cargo público es acceder al santuario de la riqueza fácil, del dinero mal habido, del aprovechamiento cuasi criminal  de la representación de la sociedad para afianzar la corrupción.

Cambiar implica, desde luego, no más corrupción, no más despilfarro, no más populismo. Gerenciar tiene que ser una obligación basada en la importancia de entender y convertir en una máxima moral, de  que la hacienda pública no es un botín. También una nueva concepción de la gestión pública apegada  al cumplimiento de la norma, y lo cual implica la rendición de cuentas, como la del sometimiento a la sanción penal y pública cuando se viola esa misma norma.

Sin duda alguna, es todo eso lo que dejan entrever y hacen sentir los resultados de las encuestas  ciudadanas cuando le dicen no a lo que está sucediendo en altas instancias públicas, y se pronuncian a favor de nuevas opciones, de otras alternativas partidistas o independientes para que, desde la Asamblea Nacional, se comiencen a dar los pasos que, inevitablemente, también se tendrán que producir en el resto de la estructura institucional venezolana.

Por último, y no por ello menos importante, no se pueden plantear modificaciones en aquello que hoy es señalado como negativo o inconveniente en el ámbito público, si se desestima la actuación determinante de las diversas instituciones universidades y los gremios profesionales, en respuesta al reto transformador. Su sabiduría acumulada, su experiencia referencial y su relación permanente con las exigencias del futuro, conforman, sin duda alguna, el valioso aval para que sean sus conocimientos y disciplina, las que hagan posible que la tecnología  y los avances científicos se conviertan en la base imprescindible para que se den los pasos necesarios, en procura del desarrollo y del rescate del gran país que es Venezuela.

Egildo Luján Nava
Presidente de Fedecámaras Miranda y Director de Fedenaga

jueves, 22 de octubre de 2015

El Dilema


¿Opositores? o ¿Complacientes?

Una agrupación de opositores venezolanos cuyo propósito es velar por la democracia en su país, está auspiciando en Washington un evento para explicar las oportunidades de inversión en Cuba, nación que asesora al régimen de Nicolás Maduro en la construcción de un estado policial.
Y lo que es más curioso, algunos de los principales integrantes de la ONG radicada en Washington han jugado importantes puestos dentro de la oposición venezolana, incluyendo al ex dirigente de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), Ramón José Medina, y a Armando Briquet, quien fuera jefe de campaña del líder opositor Henrique Capriles.
La vinculación del venezolano Centro para la Democracia y el Desarrollo en las Américas (CDDA) con la denominada Cumbre de Cuba está levantando suspicacias en Miami y Washington, particularmente entre quienes llevan años denunciando el gradual desmantelamiento de las instituciones democráticas de Venezuela a manos del chavismo.

Para una organización que se presenta como defensora de la democracia venezolana “es simplemente incomprensible que sirvan de copatrocinadores para un evento que tiene la atroz agenda de mostrar cómo beneficiarse económicamente a costa del pueblo cubano”, afirmó José R. Cárdenas, ex funcionario del Departamento de Estado y del Consejo de Seguridad Nacional en la administración de George Bush.
“El pueblo cubanoamericano y sus líderes, como la representante Ileana Ros-Lehtinen y el senador Marco Rubio, han estado en la delantera en Washington en la lucha por defender la democracia en Venezuela, y ¿está es la manera como esta organización les paga?”, manifestó Cárdenas.




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miércoles, 21 de octubre de 2015

El peso de la historia: Asdrubal Aguiar

Llegado el fin de las ideologías – que no la muerte de la razón – al concluir el siglo XX, las realidades del siglo XXI se muestran inéditas. No se matizan. Los espacios que circunscriben la cultura del pensamiento, se ven ahora desbordados por el tiempo y su vértigo digital. Los libros pierden atención. Las cuestiones de interés público quedan en manos de la generación “araña”. Ella teje sus imaginarios y resuelve coyunturas a empujones, con los 140 caracteres de un twitter.

No obstante, el raciocinio sigue allí, latiendo, pero ahogado por el deslave de una ciudadanía global que no conoce de geografía y exprime los minutos. Reside en las salas de los aeropuertos y no le da tregua, siquiera, a los instantes de su tránsito entre una u otra ciudad, pues vía internet continúa montada sobre las redes subterráneas de la virtualidad. Copula en soledad.

Ha desaparecido el ágora. Las asambleas y parlamentos son atropellados por la rueda demencial de las informaciones, imposibles de verificar y menos de sedimentar con la atención. Las escribanías se mudan a las redes, y los muros de las añejas instituciones políticas o económicas, partidarias y hasta universitarias, caen y transfieren sus domicilios al mundo de las web.

Y si bien es cierto, como lo apunta el hoy papa Francisco, que la realidad es realidad y no puede verse escamoteada por los ismos y sus ideas ni por la moralina o el sincretismo o los equilibrios de conveniencia, asimismo es veraz que el hombre – varón o mujer – y su naturaleza frágil pero perfectible sigue siendo el “señor de la historia”. De modo que su capacidad innata para discernir acerca del bien o del mal permanece inalterada. Que no la use o la mantenga bajo latencia es otra cosa.

La cuestión de fondo planteada, así,es el dilema del relativismo de la civilización digital dominante – que crece y se expande inevitablemente: tanto que la vida útil de un celular o computador es de apenas meses antes de que otro más avanzado le sustituya. Pero el drama reside en la disposición o no del individuo para servirse de o para servirle a la inteligencia artificial, haciendo o no prevalecer su dignidad inmanente de Ser racional y pensante, autónomo.

¿A qué viene todo esto?

En los siglos XIX y XX difícil es imaginar que un liberal deje de ser tal para transformarse en conservador; o que un militante de AD se haga de un carnet de copeyano, a pesar de que las líneas intelectuales entre tales banderías se diluyen luego, en el camino hacia nuestra modernidad. Antonio Guzmán Blanco, preguntado por su militancia liberal, dijo que lo era por cuanto sus adversarios se llamaban conservadores; pues si éstos se hubiesen declarado liberales él sería conservador.

En el presente ya diario, con la misma rapidez de los ciudadanos digitales, los dirigentes y militantes de los partidos venezolanos se cambian entre éstos según la coyuntura, al considerarlos como meros instrumentos de gestión de poder y nada más.

La pregunta, en consecuencia, se hace agonal: ¿Es absoluto el límite del relativismo que domina en nuestra política vernácula partidaria?

Si todo es relativo y los valores o la estimativa no cuentan, estar en uno u otro lado, compartir la mesa con tirios y troyanos, es irrelevante. De modo que el argumento moral del diálogo democrático entre distintos– gobierno y opositores – que algunos allegan, aduciendo el imperativo de la crisis nacional, no pasa de ser un artificio de circunstancia.

Si la estimativa entre el bien y el mal cuenta – y sé que cuenta para muchos – y se constata como realidad que los venezolanos sufren sin distingos los rigores de una férrea dictadura, amoral y en desbandada, nutrida del parto mefistofélico que fuerza Hugo Chávez con el narcotráfico en 1999, el diálogo posible, a manera de ejemplo, queda limitado por la moral democrática. No puede soportarse, a manera de ejemplo, sobre la premisa que le facilita la Justicia colombiana a Juan Manuel Santos, al relativizar la gravedad del negocio de las drogas cuando sirve para finalidades políticas.

Ese dilema – entre la idea fundante y el relativismo existencial – lo vive el partido COPEI entre 1952 y 1953. Algunos de sus militantes merideños saltan la talanquera. Cohabitan con el dictador naciente. Y entre tanto, el joven estudiante Luis Herrera Campins,en carta que escribe desde su exilio, en Santiago de Compostela, acompaña el repudio que hace la “generación de los mayores” encabezada por Rafael Caldera y afirma al efecto que “Las defecciones deben más alegrarnos que sumirnos en la tristeza. Los impacientes están de sobra porque la impaciencia es la condición previa al entreguismo. Cuando el ideal se siente de veras, la capacidad de resistencia es ilimitada frente a la corrupción y al deshonor”.

jueves, 15 de octubre de 2015

Historia Contemporánea II


Para el año 1973 la democracia civil venezolana, había cumplido tres períodos presidenciales y se preparaba para unas nuevas elecciones, las cuartas desde 1958.

Habían trascurrido 15 años en los cuales, a pesar del cambio de modalidad política y de la primera verdadera ruptura con los atavismos tutelares del siglo XIX, el modelo demostraba ser perfectamente sustentable en lo político y sostenible en lo económico. La derrota histórica de la subversión castrocomunista, y todos los indicadores socioeconómicos importantes, así lo demuestran.

La subversión castro-comunista actuará no sólo en el plano de la lucha armada sino también en los frentes social y político, en todos saldrá con las tablas en la cabeza, y en ningún momento logrará ni siquiera ganarse la legitimidad beligerante que obtuvo en determinado momento, la insurgencia de la guerrilla en Colombia (antes de esta degenerar en crimen organizado).

Luego se sabrá que algunos elementos insurgentes solo cambiarían de estrategia y comenzarían un trabajo político soterrado, a largo plazo, reconectándose fatalmente con el basamento arcaico y reaccionario de toda la lucha por el poder en el siglo XIX: el poder de las bayonetas. Los otros, negociarían con el sistema político su cuota de legitimidad (y reparto) a cambio de su absorción en el “consenso democrático”. Ambos factores, cuando triunfe el mal unos años después, volverán a unirse, porque aunque algunos quedarán del lado gobernante y otros en la “otra orilla”, haciendo supuesta oposición, ambos conformarán y sustentaran al nuevo régimen, cuidándose de no rozarle ni un cabello, al Estado rentista. Pero salvo la pacificación, todo esto estaba aún lejos de ocurrir, en 1973.

En el aspecto económico el Estado venezolano había adoptado con convicción, el rol promotor de una sana y equilibrada política de estímulo a la economía privada, tanto en lo agrario como en lo industrial, siguiendo paradigmas establecidos a nivel internacional, o sea, sin altisonancias ni originalidades dignas de mención, pero con eficacia comprobable y demostrable.

Se podría decir que “todo iba bien” -no perfecto pero si bien- hasta que ocurrió el terremoto…

En 1875 un terremoto geológico internacional, con epicentro en Cúcuta, hará brotar petróleo del suelo en el Táchira, dando inicio a la explotación petrolera en Venezuela, y casi un siglo después, en 1973, un terremoto político relacionado de todos modos con el petróleo, sacudirá a todo el planeta, pero sobre todo a Venezuela, cambiando su destino. La inundará de riqueza súbita como la primera vez en los años veinte, pero a diferencia de aquel primer aluvión, esta vez sus efectos deformadores no podrán ser controlados ni domados, y todo por una explícita embriaguez de poder, que hasta el día de hoy nos domina como si fuese una maldición.

A partir de la crisis del petróleo y el embargo petrolero árabe de 1973, y en un lapso de menos de 4 meses, el precio del barril se cuadruplica, y en el ínterin, llega al poder Carlos Andrés Pérez, el primer producto mercadotécnico de la política venezolana, el “hombre que si camina”, el de la “democracia con energía”… Si la primera vez, el tsunami petrolero nos tocó con Gómez y de algún modo, mejor dicho, de muy buen modo, pudimos sortear la sobredosis, hasta formar reservas del tesoro y un orden fiscal que perduraría por 38 años (1936-1974), el segundo tsunami nos agarró con el primer “bateador emergente” de un line up adeco agotado en los 3 primeros turnos, y cuyo resto había sido exterminado por el liberalismo andino: ya no quedaban ni un Carnevali, ni un Ruiz Pineda, ni un Pinto Salinas… al bachiller tocó ponerle música pegajosa para hacerlo popular, y dejarlo componer ese gran joropo que fue la “Gran Venezuela”.

Esta nueva explosión de petrodólares una vez más no fue por alguna proeza o mérito “endógeno”, sino por un terremoto internacional, un “cisne negro” geopolítico, y produjo una inundación que ninguna economía por más sólida y estructurada que fuese, podría digerir ni metabolizar, de hecho, a la compleja patología económica provocada por una ingesta excesiva de entradas en divisas, se le denomina “enfermedad holandesa”, y no “venezolana”, aunque pusiese adoptar cualquier gentilicio porque efectivamente, algo así podría afectar a cualquier país, sea de primer, segundo o tercer mundo.

De hecho, también en la reacción subsiguiente, seguimos estándares difícilmente cuestionables para la época, y lo primero que se hizo, fue proceder a nacionalizar el hierro y el petróleo, siguiendo una lógica aparentemente impecable de invertir, precisamente, en las innegables “ventajas comparativas” de ser un país minero, repleto de recursos minerales. La verdad es que cualquier otra nación, con la excepción de los EE.UU., difícilmente habría hecho algo distinto, y para muestra un botón: la triste historia de algunas “industrias pesadas” en Europa, la historia del IRI (Istituto per la Ricostruzione Industriale) de Italia, por ejemplo.

El problema mayor será otro, y se manifestará en otros aspectos…

Con la “Gran Venezuela”, comenzamos a creernos lo que no éramos, y esa ilusión que comenzó en el poder, terminó afectando a TODA la sociedad.

Con la “Gran Venezuela” el Estado venezolano de repente comienza a sentirse “omnipotente” y capaz de asumir todas las tareas importantes, y de planificar y dirigir todo el resto, en otras palabras, un Estado que se siente dueño de la máxima riqueza y con poder nacionalizador ilimitado, paradójicamente se vuelve un ente omnímodo que actúa como un sector privado fin en sí mismo.

Dentro de este cuadro, la misma economía privada perderá la consideración estatal y dejará de verse como la aliada indispensable, imprescindible, no sólo en el ámbito económico sino en el ámbito social, la “sembradora final del petróleo” en otras palabras, y es así como un empresariado aún incipiente, pero ejemplar en muchos aspectos como el venezolano, pionero mundial en conceptos de responsabilidad social, quedaría relegado al rol de mero subconjunto clientelar, sin intuir que semejante estatización de la sociedad, crearía una clase empresarial que terminaría medrando como poder fáctico colaboracionista, y por lo tanto, susceptible de voltearse como factor adverso (o alterno) en lo político, según su propia conveniencia y ambición, y no la de la nación.

Con la “Gran Venezuela” el rentismo se sale de todo control y se posesiona del Estado, hasta desfigurarlo grotescamente. Es así como de ahora en adelante, transformará toda oferta política en populista demagógica, la promesa del poder será el reparto, y a los pactos vitales de gobernabilidad y estabilidad democrática de Punto Fijo y de Ancha Base, les sucederá el viciado consenso socialdemócrata de la guanábana, a la que se agregarían luego otras “frutas” como cambures en abundancia y algunas naranjas. Es el comienzo del clientelismo como el modo privilegiado de estructurar la relación entre el Estado y la sociedad, se inauguran tiempos de paternalismo, proteccionismo y amiguismo, a niveles que luego harán palidecer los excesos de cierto pasado, comenzará la hora de mengua para partidos que abandonarán toda “veleidad” de formar sociedad política, para constituirse en clase política, con sus bases desclasadas a “maquinaria electoral”, y sobre todo y por encima de todo, empieza la era de la corrupción como factor constituyente de nuevas castas de poder, y de las lógicas de repartición y mantenimiento de su estatus, lo cual gestará una nueva fase del petroestado: la partitocracia, y toda una institucionalidad que en vez de ser republicana y democrática, ahora será partidista. El mismo Carlos Andrés será su víctima más ilustre, cuando intente hacer algo distinto en el futuro.

La transformación de la política en un arte escénica, cada vez más mediática, fenómeno no sólo local, sino universal, será el comienzo también de la incursión cada vez más influyente de un poder fáctico, el comunicacional, en la vida nacional, sólo que en el ámbito de un Estado rentista que por fuerza de cosas establece relaciones empresariales que van más allá de lo formal/institucional, se propiciará la deformación progresiva de medios aspirando al poder, luego determinando los ascensos al poder, y al final, sucumbiendo en lucha agónica contra con él.

Pero los dos pecados mayores de todos, serán, primero: la más brusca que gradual, disminución de la permeabilidad social, hasta su total oclusión, la cual a partir de los años ochenta, provocará la acumulación de descontentos cada vez mayores del pueblo hacia “la democracia”. Segundo, que ese mismo pueblo insatisfecho comenzará a albergar en sus capas “superiores”, a toda una sociedad de cómplices cada vez más extensa…

El mal ha comenzado, y cuando tres lustros después, el mismo Carlos Andrés Pérez intente de alguna forma atajarlo, se rebelará contra él y contra todo el país, con toda su fuerza y furia.


Será el triunfo del mal.

(Continuará)

Fuente: http://notiforo.com/foros/viewtopic.php?t=4315

Historia Contemporanea


EL MAL NO COMENZÓ CON CHÁVEZ

Con este artículo, se da inicio a una pequeña serie que se propone describir de la forma más simple y corta posible, cuando comenzó en este país, el mal que nos aqueja, atenaza y asfixia como nación.

El mal no comenzó con Chávez, no lleva 16 años con nosotros: el mal lleva más tiempo y comenzó antes, y con estos artículos se expondrá una versión la cual, desde luego, no es ni pretende ser original. Chávez y su actual heredero en el poder, en todo caso constituyen el triunfo del mal, aunque no es un triunfo definitivo, porque este mal de todos modos, está destinado a desintegrarse, por tendencia autodestructiva intrínseca a su misma esencia, y eso si antes no es derrotado.

Chávez no revolucionó nada: en un plano político básico, sólo representó un cambio de régimen, un régimen que acaba con la república y la democracia venezolana, pero el Estado petrolero, el petroestado rentista venezolano ese lo dejó intacto, más bien, lo reforzó en sus características más negativas, más negativas para la nación venezolana, y más positivas para reforzar y retener su poder, ergo, más positivas para la tiranía cubana. Gracias a Chávez estamos sufriendo ni más ni menos, una reincidencia de la dominación colonial en nuestra historia, por lo tanto, su “legado”, es lo más contrario a una revolución que uno pueda imaginarse.

EL MAL NO COMENZÓ CON ESPAÑA

Quisiera antes que nada excluir de entrada toda tentación de ubicar históricamente en nuestra primera dominación colonial, el comienzo del mal. Que a nosotros nos conquistara España, o Inglaterra, o cualquier otra potencia imperial, no es algo que nos determina hasta el día de hoy, ni mucho menos implica algo decisivo en el hecho de que ahora cayéramos otra vez en situación colonial, esta vez ante una nación mucho más pobre y débil que la nuestra, una islita estancada y herrumbrosa, subyugada por un par de viejitos.

Con ello no pretendo negar nada en cuanto a la posibilidad de discutir, la influencia del imperio español sobre Venezuela, sólo deseo colocarla en su justa dimensión, porque a pesar de todo, habíamos comenzado a transitar, y con éxito, un camino que nos apartaba de todo determinismo histórico o antropológico, de toda fatalidad sociológica, se puede afirmar tajantemente que todo “sino” lo estábamos superando, y con brillantez, en un determinado y preciso momento histórico.

De España heredamos mucho de lo que seríamos como sociedad, de lo que sería nuestra idiosincrasia. Sin duda sigue habiendo mucho de español, en lo bueno y en lo malo, en esa venezolanidad que algunos erradamente, creen original y característica, única e inimitable. Pero este no es el punto.

EL PUNTO ESENCIAL, LA PROPIEDAD DEL SUBSUELO

De la colonia, del imperialismo español, heredamos si algo muy concreto, algo que se revelaría como una condición sine qua non, para el desarrollo del futuro mal, algo que fue crucial para la definición del nuevo tipo de estado que se levantaría, una vez superadas las turbulencias del siglo XIX, y ese punto importante es, nada más y nada menos, que la propiedad del subsuelo por parte de la corona (de la república en nuestro caso).

Sin la propiedad del subsuelo por parte de la república, jamás hubiésemos tenido el rentismo petrolero, o sea el origen del mal, y menos que menos en la virulenta modalidad que se desarrolló a raíz de la irrupción del oro negro a nuestra historia, precisamente en el momento más propicio, para que hiciese el mayor efecto posible sobre nuestro destino: durante el gomecismo.

Advertencia antes de proseguir: el petróleo, un recurso natural, de ninguna manera puede asociarse con el mal, eso es algo ridículo, y todo lo contrario, fue una bendición, el mal reside en cómo se configuró el Estado en torno a él, hasta convertirse en su único beneficiario, a expensas de la nación, de la sociedad, los supuestos dueños a fin de cuentas.

Otra advertencia: el rentismo siempre existió y efectivamente es una de las herencias “administrativas” del modo mercantilista de explotación, que practicó España sobre sus colonias, pero una vez más, el hecho no es tanto un modo u otro que heredamos, sino su confluencia con otros elementos, como el petróleo o un Juan Vicente Gómez, en rol de Pacificador, factores que no son atribuibles a la influencia específica del imperialismo español.

EL PRIMER COMIENZO, GÓMEZ y EL PETRÓLEO

El primer momento fundamental se da cuando superado el siglo de guerra de independencia, guerra civil y montoneras varias, que tuvimos desde 1810, y a partir de la llegada de Juan Vicente Gómez al poder, un país agotado y pobrísimo, azotado por toda clase de desventuras tanto sociales como naturales, comienza a emprender con muchísima lentitud desde luego, y con desbalances sociales y económicos innegables, cierto rumbo de desarrollo modesto pero sostenido, que se puede apreciar en el aparato del estado, tanto en lo institucional como en lo administrativo, como también en el plano social y de infraestructura. Es cierto que lejos estamos aún de la explosión desarrollista que se viviría a partir de los años cincuenta, pero no podemos eludir, por ejemplo, que la insurgencia de la generación del 28, y de la generación del 36 también, fueron el resultado incuestionable de un avance importante ocurrido en las posibilidades de acceso a la educación, para ciertos estratos de la población, y eso que al gomecismo se le achaca y con base, que la instrucción pública, fue uno de los sectores con el desempeño más carente.

Sólo para ilustrar mejor el ejemplo mencionado, Rómulo Betancourt inicia su educación primaria en 1914, a los seis años, en su Guatire natal, en 1920 entra al bachillerato en el Liceo Andrés Bello de Caracas, y allí tiene como profesores a personajes como Fernando Paz Castillo, Caracciolo Parra León, José Antonio Ramos Sucre y al mismísimo Rómulo Gallegos, y en 1927 ingresa a la Facultad de Derecho de la Universidad Central: todos estos hitos en el ascenso educativo de Betancourt, ocurren con Gómez en el poder.

De hecho se podría afirmar que uno de los resultados más notables de esta primera etapa histórica de paz republicana, consiste en el surgimiento de una verdadera clase media, no sólo sana, bien nutrida e instruida, sino actuando ya en el plano político y al poco tiempo constituyéndose, en una nueva élite con visión y ambición real de poder.

Al mismo tiempo, durante este primer período de paz social, se constituye el otro hecho que marcará la vida del país en los años por venir y todavía lo determina en su devenir histórico, que es la transformación del, hasta entonces modesto estado venezolano, precariamente dependiente de un país rural/agropecuario apenas destacable por encima de la subsistencia, en un petroestado rentista cada vez más próspero, poderoso y ambicioso. Y el proceso ocurre a velocidad espeluznante para un país que estuvo casi postrado durante un siglo, de hecho, desde que el petróleo aparece por primera vez como rubro de exportación en 1918, hasta convertirse el país, en el primer exportador mundial en 1929, apenas transcurren 11 años, lapso durante el cual los ingresos públicos se cuadruplican.

Sin embargo, son muchas ya las señales de que, si bien ese auge permite avances materiales y tangibles para el país, incluyendo la cancelación de la totalidad de la deuda externa para 1930, las bases de la economía venezolana han comenzado a distorsionarse en forma preocupante, y ya para el año 1936, 20 meses después de la muerte de Gómez, aparece el famoso artículo de Arturo Uslar Pietri sobre “Sembrar el petróleo”, en donde la denuncia ya es angustiosa, ya es de alarma, por un país en auge sí pero en auge malsano, de riqueza hueca sin reinversión, diversificación ni industriosidad, que deriva peligrosamente hacía una dependencia cada vez mayor de la mera renta petrolera.

Es por lo tanto, el país que sale del gomecismo, un país que ha comenzado a cambiar en lo social, y en sus aspiraciones e ideales, un país que al fin se atreve a pensar en un futuro distinto, y el estado también sale cambiado, con una vertebración consistente. Por primera vez, ha podido organizarse y mostrar que puede funcionar en una nueva situación: la paz, y algunos ya desean que ocurra otra novedad: la democracia, y el estado ha cambiado tanto que no la niega, sólo pide tiempo.

Porque el estado ha cambiado también en el sentido de que su poder por primera vez no deriva de su capacidad para la guerra y la posesión de la conquista, sino en su capacidad de mantener y administrar el orden, visto el orden como la condición indispensable para el progreso material, lo opuesto al “bochinche” del siglo XIX, pronto, el petróleo enseñará que el botín “en sana paz” es mucho más atractivo que el botín militar. El petróleo asegurará la paz de Venezuela también de otro modo, al hacer posible la promesa de un reparto para todos sin conflicto social, sin tener que quitarle nada a nadie, esto al menos será así por un tiempo.

El primer tramo del petroestado rentista concluye con Gómez, y a la muerte de este, un país irreconocible para bien y para mal, ha embocado la senda del desarrollo, pero al mismo tiempo el gran impulsor de ese crecimiento, el petróleo, puede también deformarlo, de hecho y en cierta forma ya lo hizo, pero no se nota con la debida claridad, porque las formas relucientes de la modernidad son máscaras harto seductoras, la distracción es inevitable.

EL SEGUNDO COMIENZO: PÉREZ JIMÉNEZ

De hecho el primer ensayo democrático, que concluye con el golpe a Rómulo Gallegos en 1948, sucumbe sin alguna belicidad, mediante el golpe más incruento que se pueda imaginar, sin duda, hay dolientes, pero en la sociedad cierta seducción por un automatismo que asocia orden con prosperidad, en apariencia se impone sobre cualquier otro ideal, y el período perezjimenista exasperará esa visión onírica. Con el tiempo se sabrá, que la libertad si había prendido, y que los 10 años serían de incubación: el trienio adeco había dejado una crisálida...

Los cantos de sirena anidaran en las ciudades, y a ellas se dirigirán cada vez más las masas con atracción irresistible, es la transformación de la Venezuela rural en una Venezuela urbana, esa mutación del hábitat implica también la del habitante, y ocurre por obra de una materialización imponente, a ratos monumental, y el proceso luce indetenible, radiante, glorioso, es tan así, que obnubila a todos, y nadie podrá negarlo, ni siquiera cuando la democracia post-gomecista es derrotada y se interrumpe el desarrollo político.

El segundo tramo del petroestado rentista concluye con Marcos Pérez Jiménez, de hecho, se podría afirmar que con este tramo concluye el post-gomecismo y se cierra todo el ciclo liberal andino. Con la implantación finalmente plural, de la democracia en 1958, se abre todo un nuevo ciclo cuyo reto inicial será el de sobrevivir a concretas amenazas políticas y geopolíticas, internas y externas, asegurando la gobernabilidad, pero el reto social, el reto a largo plazo, es más difícil, complejo y ambicioso: mantener la movilidad social, la inclusión, proponer el verdadero pacto social, convertir al sistema democrático en hegemónico, superando todos los atavismos históricos que impedían asociar libertad con orden, con paz, con armonía social, con ascenso a la prosperidad.

EL TRIUNFO TEMPORAL SOBRE EL MAL

En lo económico, el reto de convertir al Estado petrolero en un Estado realmente productivo de economía diversificada seguía intacto, y Rómulo Betancourt, el primer presidente del nuevo ciclo, el autor de “Venezuela, Política y Petróleo”, estaba perfectamente consciente del poder especial que el petróleo debía seguir otorgando al Estado, y al mismo tiempo, sabe que la prioridad también debe ser “enriquecer la sociedad…”, por lo tanto, supo siempre que el reto consistía en un balance, balance tan delicado como de cuerda floja, en donde se debía saber “repartir” y “sembrar” a la vez, tratando que al negar o regar el reparto, no se seque o se inunde el sembradío... La historia demuestra con hechos, y cifras, que supo afrontar ese reto y conjugarlo, con sabiduría, coraje y probidad, con el otro de la defensa y estabilización del sistema democrático, y que sus inmediatos sucesores, Raúl Leoni y Rafael Caldera, también supieron hacerlo, con las inevitables diferencias que sus prominentes personalidades, y visiones del país, pudieron establecer.

Con todas las críticas que se puedan hacer, existe cierto consenso entre los estudiosos de la política y la historia, acerca de los tres primeros períodos presidenciales de la democracia relanzada en 1958, consenso que en buena medida señala gobiernos que cumplieron, cada cual con sus modos y matices, con gran parte de los objetivos tanto políticos, como sociales como económicos que se impusieron, y las cifras lo prueban: estamos hablando de un país relativamente en paz y estabilizado, a pesar de la persistente amenaza castro-comunista, de un país con indicadores sanos, crecimiento sostenido, inflación ínfima o inexistente, una moneda envidiable en cuanto a su fortaleza, y en donde, sin llegar al deslumbre perezjimenista, se siguen ejecutando grandes obras públicas, de calidad y envergadura, y muchas otras, que aunque no tan espectaculares, son igual de importantes y trascendentes, y esto también se puede probar. La corrupción administrativa es mínima cuando no rarísima. Sigue habiendo ascenso e inclusión social (ya íbamos por la sexta década consecutiva) y la democracia, aun teniendo que recurrir a pactos de gobernabilidad y de consenso, muestra solidez y vigor institucional, y un higiénico antagonismo entre partidos, a pesar de los inevitables sobresaltos por parte de la izquierda que opta por la lucha armada, la cual será derrotada tanto en el plano militar como político, para luego ser pacificada y absorbida institucionalmente por el sistema. Sin duda, persiste el subdesarrollo y la pobreza, y hay delincuencia, y hay problemas en servicios y asistencia social que nadie oculta ni minimiza en el discurso, pero el país sigue progresando, y nadie, absolutamente nadie, puede negar eso.

Por cierto, los militares, cuando no estaban combatiendo a la guerrilla, “estaban en sus cuarteles” (o sea, en sus funciones constitucionales).

El mal del rentismo petrolero, que discretamente pero con gran fuerza dominaría la lógica y dinámica inercial del poder gomecista y post-gomecista, parece haber sido finalmente controlado, sin duda sigue allí, intacto en su potencial destructivo, pero permanece agazapado, obediente, se podría decir que ha sido domado, y la sabiduría de gobernantes y gobernados, finalmente ha logrado unir la libertad con el orden, la paz y la prosperidad: todo parece presagiar un futuro brillante, de primer mundo.

Pero poco antes de que termine el tercer período presidencial, el de Rafael Caldera, un hecho tan inesperado e incontrolable, como la aparición misma del petróleo en la historia venezolana, daría al traste con este período luminoso, de democracia sobria y virtuosa.

Será el comienzo del mal.


(Continuará)

@FBoccanera

Gustavo Coronel

"La destrucción de Venezuela ha llevado a una división entre sus habitantes, lo cual ha sido el resultado más cruel de los esfuerzos disociadores del difunto sátrapa. El resentimiento social, el odio de clases que trajo Chávez a la palestra política venezolana ha encontrado eco entre los millones de venezolanos sumidos en la pobreza. Esa pobreza, les dijo Chávez, no era un asunto de insuficiente educación o de las políticas erradas de gobiernos anteriores. Les dijo que era un producto del crimen cometido por los “oligarcas” en contra de los pobres. Era un crimen, añadió, que él venía a vengar. Su demagogia no buscó la armonía entre los venezolanos sino acentuar los odios y los resentimientos".


Fuente: http://notiforo.com/foros/viewtopic.php?t=4295

miércoles, 14 de octubre de 2015

EL CURRICULUM DEL CHOFER: CESAR MIGUEL RONDON

EL CURRICULUM DEL CHOFER

El pasado viernes fui con mi hija María Bárbara a Valencia, a la Feria Internacional del libro de La Universidad de Carabobo (Filuc). El motivo del viaje era que Bárbara iba a presentar, en el marco de la Feria, su libro “Soy Bárbara, soy especial”, de manera que para mí esta visita a la Filuc estaba cargada de orgullo y emoción. La editorial Planeta, que edita a Bárbara, nos envió un carro con un chofer para que nos trasladase a Valencia.

Cuando bajamos de casa, el chofer, un hombre alrededor de los 50 años, alto, espigado, de lentes y con incipiente calvicie, sale del carro y nos saluda. ¿Cómo está señor Rondón? Mucho gusto, le digo yo. Y reparo en que estaba leyendo un libro voluminoso con un titulo increíble: “La guitarra rasgada del siglo XVII”. ¿Qué clase de chofer lee un libro como este?

Se me presenta y me dice que él es musicólogo. ¡Ah qué bien! Vamos a tener una buena conversación durante el viaje. Pero el detalle estuvo en que me obsequió, de inmediato, sabiendo que me llevaría a Valencia, un libro de su autoría, generosamente dedicado y firmado: “50 años de musicografía caraqueña 1870-1920”. Editado por la Universidad Central de Venezuela. Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico. Firmado por Hugo Quintana.

Hugo Quintana fue mi chofer a Valencia.

En la solapa de su libro aparece su curriculum:

Hugo J. Quintana M.


Profesor en Ciencias Sociales. Mención Historia. UPEL. Magister de Historia de Venezuela en la Universidad Católica Andrés Bello. Doctor en Humanidades en la Universidad Central de Venezuela. Realizó sus estudios musicales en los conservatorios en la capital del país donde egresó como ejecutante en guitarra clásica y director coral. Ha realizado una amplia labor docente en materias afines a su formación, tanto en conservatorios como en institutos de educación superior. Es profesor investigador de la Universidad Central de Venezuela. Además se ha desempeñado como Jefe del Departamento de Música. Coordinador de la Maestría de Musicología latinoamericana. Director de la Escuela de Artes y representante profesoral principal ante el Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación. Actualmente es Coordinador de la extensión de la misma Facultad. Fue miembro de la Junta Directica de Fundes y Cofundador y Director de la revista de la Sociedad Venezolana de Musicología. Ha participado como ponente en diversos congresos musicológicos nacionales e internacionales. Y es autor de un importante número de artículos que buscan reconstruir la memoria musical del país.

Premio Municipal de Música 2009. Mención de Honor. 2010 Edición del Bicentenario. Premio de Investigación de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela 2010.

Ese es un curriculum como para estar legítimamente orgulloso. Y Hugo Quintana puede estar muy orgulloso de lo que ha logrado en su corta vida. Pero a mí me da mucha vergüenza, inmensa vergüenza como venezolano, que un hombre con este curriculum haya sido mi chofer de Caracas a Valencia. Porque, según confesó Hugo, con una par de carreras como esas, hacía bastante más de lo que él gana para vivir siendo un académico de Venezuela.

Un país en el que ocurre esto es un país lamentable, un país que da vergüenza y tristeza. Y es bueno que lo sepan los culpables que nos llevaron a tan penosa situación.



Fuente: http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?f=1&t=1702

lunes, 5 de octubre de 2015

Obama no entiende por qué Raúl le muerde la mano

Raúl Castro atacó al “bloqueo”, reclamó la base de Guantánamo y pidió el fin de las transmisiones de Radio Martí. Defendió a Nicolás Maduro y a Rafael Correa. Se colocó junto a la Siria de El Assad, a Irán, a Rusia, a la independencia de Puerto Rico. Criticó la economía de mercado y cerró con broche de plomo con una cita de su hermano Fidel, gesto obligatorio dentro de la untuosa liturgia revolucionaria cubana.

Poco después, se reunió con el presidente norteamericano. Según cuenta el Washington Post, Obama le mencionó, algo decepcionado, el ignorado asunto de los derechos humanos y la democracia. No hubo el menor atisbo de apertura política.

Obama no entiende que con los Castro no existe el quid pro quo o el “toma y daca”. Para los Castro el modelo socialista (lo repiten constantemente) es perfecto, su “democracia” es la mejor del planeta, y los disidentes y las “Damas de Blanco” que piden libertades civiles son sólo asalariados de la embajada yanqui inventados por los medios de comunicación que merecen ser apaleados.

El gobierno cubano nada tiene que rectificar. Que rectifique Estados Unidos, poder imperial que atropella a los pueblos. Que rectifique el capitalismo, que siembra de miseria al mundo con su mercado libre, su asquerosa competencia, sus hirientes desigualdades y su falta de conmiseración.

Para los Castro, y para su tropa de aguerridos marxistas-leninistas, indiferentes a la realidad, la solución de los males está en el colectivismo manejado por militares, con su familia en la cúspide dirigiendo el tinglado.

Raúl y Fidel, y los que los rodean, están orgullosos de haber creado en los años sesenta el mayor foco subversivo de la historia, cuando fundaron la Tricontinental y alimentaron a todos los grupos terroristas del planeta que llamaban a sus puertas o que forjaban sus propios servicios de inteligencia.

Veneran la figura del Che, muerto como consecuencia de aquellos sangrientos trajines, y recuerdan con emoción las cien guerrillas que adiestraron o lanzaron contra medio planeta, incluidas las democracias de Venezuela, Argentina, Colombia, Perú o Uruguay.

Se emocionan cuando rememoran sus hazañas africanas, realizadas con el objetivo de crear satélites para gloria de la URSS y la causa sagrada del comunismo, como en Angola, cuando consiguieron dominar a las otras guerrillas anticoloniales, y luego a sangre y fuego vencieron a los somalíes en el desierto de Ogadén, sus amigos de la víspera de la guerra, ahora enfrentados a Etiopía, el nuevo aliado de La Habana.

No sienten el menor resquemor por haber fusilado adversarios y simpatizantes, perseguido homosexuales o creyentes, confiscado bienes honradamente adquiridos, separado familias, precipitado al éxodo a miles de personas que acabaron en el fondo del océano. ¿Qué importan estos pequeños dolores individuales, ante la gesta gloriosa de “tomar el cielo por asalto” y cambiar la historia de la humanidad?

¡Qué tiempos aquellos de la guerra no-tan-fría, cuando Cuba era la punta de lanza de la revolución planetaria contra Estados Unidos y sus títeres de Occidente! Época gloriosa traicionada por Gorbachov en la que parecía que pronto el ejército rojo acamparía triunfante en las plazas de Washington.

El error de Obama es haber pensado que los diez presidentes que lo antecedieron en la Casa Blanca se equivocaron cuando decidieron enfrentar a los Castro y a su revolución, señalándolos como enemigos de Estados Unidos y de las ideas que sostienen las instituciones de la democracia y la libertad.

Obama no entiende a los Castro, ni es capaz de calibrar lo que significan, porque él no era, como fueron Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan y Bush (padre), personas fogueadas en la defensa del país frente a la muy real amenaza soviética.

Incluso Clinton, ya en la era post-soviética, quien prefirió escapar antes que pelear en Vietnam, comprendió la naturaleza del gobierno cubano y aprobó la Ley Helms-Burton para combatirlo. Bush (hijo) heredó de su padre la convicción de que a 90 millas anidaba un enemigo y así lo trató durante sus dos mandatos.

Obama era distinto. Cuando llegó a la presidencia, hacía 18 años que el Muro de Berlín había sido derribado, y para él la Guerra Fría era un fenómeno remoto y ajeno. No percibía que había sitios, como Cuba o Corea del Norte, en los que sobrevivían los viejos paradigmas.

Él era un community organizer en los barrios afroamericanos de Chicago, preocupado por las dificultades y la falta de oportunidades de su gente. Su batalla era de carácter doméstico y se inspiraba en el relato de la lucha por los derechos civiles. Su leitmotiv era cambiar a América, no defenderla de enemigos externos.

Como muchos liberals y radicales norteamericanos, especialmente de su generación, pensaba que la pequeña Cuba había sido víctima de la arrogancia imperial de Estados Unidos, y podía reformarse y normalizarse tan pronto su país le tendiera la mano.

Hoy es incapaz de entender por qué Raúl se la muerde en lugar de estrecharla. No sabe que los viejos estalinistas matan y mueren con los colmillos siempre afilados y dispuestos. Es parte de la naturaleza revolucionaria.


Carlos Alberto Montaner

Fuente: http://notiforo.com/foros/viewtopic.php?t=3594