Mucha
gente me pregunta como selecciono los
temas sobre los que escribo, pues bien, la mayoría de ellos son mis vivencias
diarias, la interacción con la gente en
el Metro, el tráfico diario, mis viajes a la provincia y ahora las colas para
conseguir alimentos. Esta vez les
contaré lo que me pasó el pasado 23 de
julio. Como todos los jueves, por el terminal de mi cedula, fui resignadamente a hacer mi cola en el Farmatodo
de la calle Orinoco de las Mercedes, en Caracas, intentando obtener los escasos
productos que venden. Siguiendo la rutina de los meses previos, me coloqué en
la cola esperando la entrega en las taquillas.
Me
llevé una sorpresa, supuestamente por órdenes de la gerencia, fueron
descargando las cajas del camión y comenzaron, prácticamente, a tirarlas en
medio de los pasillos. Por momentos sentí que estaba presenciando una escena
surreal. La gente se lanzaba unos contra los otros para tratar de obtener el
codiciado premio representado en un paquete de pañales, toallas sanitarias o un champú. Quienes
estábamos en las colas nos quedamos esperando el procedimiento rutinario. Nuestras
esperanzas se desvanecieron cuando notificaron que los productos ya estaban asignados
y solo faltaba su cancelación. Fui a la farmacia y presencié como una madre desesperada preguntó
si había un medicamento para su hija y una de las empleadas con la mayor
frialdad le contestó en forma despectiva: “no hay”. La señora estalló en llanto
porque la falta del medicamento ponía en riesgo la vida de su niña, pero la
empleada ni se inmutó.
Salí
del establecimiento cabizbajo, frustrado, meditando sobre la pérdida de la
solidaridad humana y también en que debería volver la próxima semana para
enfrentar los nuevos mecanismos. Hoy reflexiono acerca de la humillación diaria a que nos somete el
gobierno poniéndonos a deambular de un lado a otro, casi que mendigando lo que
necesitamos. Estoy seguro que los objetivos gubernamentales están claros: quien
está haciendo cola, no tiene tiempo para protestar en la calle. Si le tumban la
autoestima, el pueblo será presa fácil del autoritarismo del gobierno.
Aunque
no lo comparta, comprendo lo que hace el gobierno, porque tal como decía Rómulo
Betancourt, el primer deber de un gobierno es no dejarse tumbar. Lo que no puedo
entender es que el sector privado se sume a la creación de caos, propiciando el
despertar de un gigante aletargado: la irracionalidad que palpita en el corazón
de cada uno de nosotros. Después no habrá represas que puedan contener estos sentimientos
largamente reprimidos.
*Coordinador Nacional de “Gente”
Generación Independiente
@alvareznv
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