Formato del Futuro
Dicen que en los países se imparte una educación de
calidad, proporcionalmente en razón de la formación de su liderazgo. De sus
conductores. De sus gobernantes. Cuando a esos países les conducen líderes que
recibieron una educación de calidad, sus habitantes, obviamente, siempre serán favorecidos con una educación de calidad.
Es una relación de compensaciones subjetivas que, desde luego, siempre hará
posible que dichos países, con el correr de los años, van a poder evolucionar, superar
permanentemente sus obstáculos formativos e informativos.
De ahí que la educación, como tal, siempre será el
tema más importante para los países, indistintamente de sus ubicaciones
continentales, cuando sus conductores tengan plena conciencia sobre qué es la
educación, para qué se debe educar, por qué se tiene que impartir una educación
de calidad.
De hecho, una evaluación detenida sobre la
estructuración del mapa mundial en razón de los niveles de educación de cada
país, de entrada, arroja el resultado esperado: los países que tienen mayores índices
de analfabetismo, son los que denotan más señales de atraso. A mayor nivel de
ignorancia, mayores son los problemas que agobian a sus pobladores; más
diversificada es la naturaleza de los problemas sociales, económicos, políticos
y morales.
Por lo tanto, no es posible desvincular
subdesarrollo del carácter prioritario o no que se tenga de la importancia de
que exista y funcione un sistema de educación de mucha calidad.
Y el planteamiento general viene al caso, luego de
que siete millones de niños venezolanos iniciaran teóricamente esta semana el
año escolar 2015-2016. Lo hicieron en el peor de los ambientes: 40% de las
instalaciones educativas públicas en malas condiciones físicas para impartir
enseñanza; educadores sin garantía de que las recientes decisiones salariales les
serán reconocidas y cumplidas; colegios privados acosados por entes públicos
empeñados en impedir –o reconocer- acuerdos de modificaciones en matrículas y
mensualidades; niños impedidos de asistir a clases por la imposibilidad
familiar de sufragar vestimentas, calzado, libros y útiles, debido a la
expansión incontenible de la inflación.
Sin duda alguna, es una lista de complejidades que
imposibilita el cumplimiento de un período escolar de 180 días de clases. Pero,
además, que abre el espacio para que se incluyan otros dos aspectos que no
pueden ni deben excluirse de este crudo análisis: la imposibilidad de que miles
de estos muchachos puedan iniciar y concluir su año de estudios, en vista de
que en sus hogares no hay los alimentos suficientes y variados cuya ingesta
facilite el aprendizaje. Y que las autoridades responsables de dicho proceso,
están pendientes es del cumplimiento del Programa Escolar, cuya novedad es la
incorporación de nuevas efemérides asociadas a fines políticos partidistas,
como de la distribución de textos escolares gratuitos con una alta incorporación
de objetivos adoctrinadores de la muchachada infantil.
Con el inicio escolar en estas condiciones, es
inevitable que el factor económico, especialmente el elemento salarial, se haga
sentir en cualquier consideración relacionada con el proceso formativo de seis
intensos meses de actividades. Tiene que
ser así.
Los salarios en Venezuela parten del mínimo mensual
establecido de que es de Bs.8.000. Eso equivale a $ 11 al cambio de Bs. 700,
único al que acceden los ciudadanos ajenos a la conducción del Estado, y que
opera como referencia en la fijación de precios dolarizados. Sin embargo, los
salarios fluctúan de acuerdo a la preparación o habilidad del trabajador, y
oscilan entre Bs. 8.000 y Bs. 50.000, considerado, por cierto, “un buen salario”.
Pero ¿qué tan “bueno” es un salario mensual en el
seno de cualquier familia, cuando una dotación de sólo un niño de vestimenta
escolar, integrada por camisa, pantalón, zapatos, medias y ropa interior cuesta
no menos de Bs. 25.000?. ¿Qué hacer cuando a ese solo niño se le debe
complementar dicha dotación con otras dos para el mismo año
escolar, en razón de uso y daños propios de la actividad escolar?. Se trata de Bs.
75.000 mínimo por niño, sin incluir la compra de los inevitables útiles
escolares. La cuenta familiar arroja que en un hogar promedio venezolano
conformado por 2 niños, en este año
escolar se debe asumir un gasto de Bs.300.000.
Cuando a dicha cantidad se añaden los gastos
adicionales relacionados con transporte y lonchera diaria de alimentación para
el año escolar y en atención individual por niño, habría que añadir otros Bs.110.000,
hasta concluir en el promedio complementario de Bs. 220.000 por los dos niños.
La suma de estas partidas de cálculo arroja un
egreso familiar de Bs. 520.000 durante el lapso de 9 meses del llamado año
escolar, y una erogación mensual promedio de Bs.57.777. Es decir, un monto que excede
el total de lo que se considera “un buen salario”. Y que se aplica en su
evaluación, a la consideración de que es un egreso familiar para que los niños asistan
a clases, cumplan con sus necesidades de dotación sin excesos, y con la
presunción de que no se enfermarán ni podrán ir a un control médico de rutina.
Con la escala de sueldos anteriormente señalada, ¿cuántas
familias podrán cumplir con este gasto anual y mensual promedio?. ¿ Cuántos
niños o adolescentes se pudieran ver obligados a terminar siendo desertores
escolares para ahorrar gastos, o para
dedicarse a trabajar y contribuir con el ingreso familiar?. ¿Cuál es realmente
el resultado educativo al que aspira Venezuela, cuando el panorama que se
vislumbra solamente para este año escolar ofrece este cuadro de dificultades?.
Es innegable que éste es otro de los graves
problemas, entre tantos otros, al que se enfrentan Venezuela y los venezolanos.
Países vecinos en donde también se registra una severa caída de sus ingresos,
debido a que sus exportaciones de commodities no están aportando los recursos
necesarios para sufragar sus egresos, están atacando severamente los gastos
innecesarios. Se están ocupando de impedir que el derroche y el posible descontrol administrativo no castigue a sus
empresas, sus habitantes, incluyendo niños, jóvenes y ancianos.
En Venezuela, el empecinamiento público, en cambio,
gira alrededor del mantenimiento de
controles a la economía, de una obsesiva persecución a los que producen,
y de flexibilizar procedimientos arancelarios para que las importaciones
promovidas por amigos y allegados al Gobierno, no se detengan ni se contengan.
Y, todo ello, mientras que el precio del petróleo, única fuente de ingresos del
país, se mantiene a menos de 50 dólares promedio el barril.
Los informes que han estado levantando las
calificadoras internacionales de riesgo sobre Venezuela, poco a poco han
comenzado a dejar saber que, ante la ausencia de decisiones para evitarlo y la
manera como el Ejecutivo insiste en hacerle frente a las obligaciones de la
deuda, a expensas, inclusive, del funcionamiento del sector productivo, sí es
posible caer en el terreno del impago
en el 2016. Es decir, que la nación, además de la recesión y la hiperinflación,
saboreará la amargura de caer en default. Pero eso pareciera no provocar ruidos
en el alto Gobierno, mucho menos entre las individualidades administrativas
encargadas de impedir que eso suceda.
Y si eso, con la gravedad de lo que representa para
el necesario rescate del estado de problemas de la economía, tampoco cuenta,
¿por qué esperar que cambie la seria, dura y comprometedora situación de dificultades
que se registra con el sistema educativo del país?. No cuenta, por lo visto,
caer eventualmente en default. Mucho menos, posiblemente, que las familias
tengan que enviar a sus muchachos a clases desnudos y sin libros, además de
peor alimentados.
Egildo Luján
Nava
Presidente de Fedecámaras Miranda y
Director de
la Federación Nacional de Ganaderos
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