lunes, 27 de junio de 2016

Todo Tiene Su Final

Formato del Futuro…

Sólo la naturaleza es capaz de sobrevivir y de mantenerse invariable en su accionar, cuando es ella la que provoca tragedias y destrucciones entre los seres humanos. Ella es única en conducta y reacomodos.

Porque cuando quienes lideran hechos de esas magnitudes son hombres o mujeres que actúan al margen de sus obligaciones de evitar daños, y que lo hacen, además, de espalda a la obligación de admitir equívocos y de apelar a los correctivos que aminoren la fuerza de los estragos, siempre les llega el momento de rendir cuentas. Y así sucede indistintamente de que, desde sus posiciones, y a conciencia, hayan actuado apelando a supuestas intenciones de no promover daño alguno, aunque en el fondo, sepan que el efecto pernicioso de su inevitablemente cuestionable pasantía, desde luego, es el elemento determinante para que la historia describa el alcance del juicio, en este caso, en contra suya, del agresor o destructor

La historia del mundo, precisamente, describe que los conflictos, la penuria humana, el hambre, las guerras y grandes sufrimientos colectivos son aquellos que no se olvidan cuando sus responsables son conductores, líderes, mandatarios  y jefes de gobierno, en quienes  lo que priva y se impone es la fuerza del ego, de la mitomanía y de la ambición desenfrenada del mando perfilado por la inacabable ansias de ejercer el poder, amparada  en muchos casos por la irracionalidad y la agresión.

Nerón. Napoleón Bonaparte. Adolfo Hitler. Benito Mussolini.  Mao Tse Tung. Vládimir Ilich Uliánov (Lenin). José Stalin y tantos otros, sobresalen por sus criminales y sanguinarias conductas al frente del Estado. Fueron responsables de la muerte de millones de hombres y mujeres. Cuando lo necesitaron, fueron capaces de  causar guerras y calamidades en la humanidad. Lo hicieron, desde luego, obedeciendo al empleo de la violencia en contra del derecho humano y ciudadano a la libertad, y apoyados en el falso concepto de una grandeza individual en nombre de las mayorías que, al final, terminaron siendo las peores víctimas de las acciones de esos autodenominados salvadores, vengadores o dispensadores de justicia social .
Como corolario de esas tragedias humanas, ha sido  el cruento final de los líderes y de los dirigentes de ese accionar promotor de miserias, de dolor y del derramamiento de sangre ajena. Mejor dicho, una consecuencia predecible: la inevitable rendición de la cuenta que se evadió permanentemente.

En el caso venezolano, donde todavía se abriga la esperanza de que las diferencias y la polarización política cedan paso a la racionalidad y al espacio adecuado para que se haga sentir la voluntad a favor del entendimiento, el futuro, sin duda alguna, lo marca hoy lo que sucedió el 23 de junio en el seno de la Organización de Estados Americanos. Porque los representantes de sus miembros  se reunieron para escuchar el contenido resumido de un Informe presentado por su Secretario General, Luis Almagro, sobre la actual situación calamitosa que viven Venezuela y los venezolanos.

El Gobierno venezolano negó la veracidad del Informe. Además, como de costumbre, antes que presentar pruebas de lo contrario, negó todo y trató de descalificar al mensajero. Es decir, recurrió al mismo recurso no diplomático, muy parroquial del que ha hecho uso recurrente en el territorio nacional, y terminó evidenciando incapacidad para convencer, además de provocar una inclinación comicial de 20 contra 12 de los presentes, además de dos abstenciones.

Para los venezolanos, tanto los que continúan en su país como los que hoy están dispersos por el resto del mundo, escuchar la síntesis presentada en sólo 20 minutos por el Secretario General de la OEA, de un Informe de más de 100 páginas, detallando la hambruna, la carencia de servicios, falta de medicamentos e inseguridad, entre otras tantas calamidades, fue asumir el rol de testigo excepcional ante la seria descripción de  una verdad inobjetable e incuestionable. Y así sucedió, inclusive, indistintamente de que una parte importante de la población haya asumido la actitud de aceptar la sobrevivencia como recurso de no retorno.

Es la verdad de la muerte prematura por carencia de medicinas, o del paciente con una enfermedad crónica al que se le exhorta a esperar por la llegada del producto salvador que jamás aparece. Es la verdad del hambre que gritan las madres y los padres desesperados por no encontrar el producto necesario para aplacar la exigencia de sus hijos. Es el "toque de queda forzoso" que viven a diario los millones de venezolanos que no quieren ser víctimas de la violencia desbordada, impune y desenfrenada. Es la verdad de la carencia de servicio eléctrico, de agua potable y permanente, de gas y de educación de calidad, entre otros. Es la verdad del preso de conciencia y del que disiente, como se lo garantiza la Constitución, y que espera por la aparición algún día de la justa y verdadera justicia en Venezuela.

En fin, es la gigantesca y dura verdad que ya no pueden ocultar ni minimizar los gritos de la burocracia desesperada por convencer al mundo de que Venezuela es un paraíso, en donde la abundancia de bienes y la libertad son las compensaciones de una ciudadanía que, finalmente, pudo ser feliz, gracias a que ha vivido en la era del Socialismo del Siglo XXI y de la revolución bolivariana.

A pesar de lo inaceptable que le ha correspondido asumir como forma de vida, sin embargo, los venezolanos no quieren un final trágico. Están apelando a la Constitución para que, por la vía de los votos,  se les permita revocar un mandato, lograr una renuncia o poner en marcha una asamblea constituyente que, en cualquiera de sus versiones, permita y facilite  un cambio de rumbo, soluciones a sus múltiples crisis. Cualquier argumento en contra, es frágil, ilegal, dilatorio y extremadamente peligroso en sus consecuencias.

Aún sorprende que se reedite el error histórico de que cuando se está en el poder, a ciertas individualidades les cuesta entender y aceptar que el tiempo es finito y que, en algún momento, debe ausentarse de dicho ejercicio en el cargo. Peor aún: que, además, se subestime la importancia del hecho cierto de que en cualquier solución que se produzca en estos términos, el más beneficiado de una solución política democrática, en paz y constitucional, es el propio partido de Gobierno. Habrá quien le teme a la cesión del poder, quizás por la obligación de rendir cuentas, de entregar cuentas y de querer administrar en silencio la obligación de aceptar que la justicia existe, dentro o fuera del país, y que algún día tocará a su puerta. Pero, como siempre sucede en casos como éste, ese es un asunto de minorías.

Ese mismo partido es el que dice gozar del mayor volumen de adeptos: 18% de la población electoral del país, lo cual adquiere mayor importancia cuando se sabe que  todos los partidos juntos de la oposición no alcanzan al 20%. Desde luego, existe otro 60% no afiliado y que concentra la mayor de la fuerza electoral que rechaza la gestión de Gobierno. Y, en forma global, sin duda alguna, ante una expresión democrática que se manifiesta de esa manera, con voluntad de convertir diferencias en soluciones por la vía electoral, lo que eso plantea es que sí es posible  evitar e impedir violencia por el camino de esa misma forma de concebir salidas, verdaderas soluciones.

Sin duda alguna, negarse a dicha alternativa, a la par del rechazo colectivo en contra de la gestión gubernamental, equivale a darle ocasión franca a lo inevitable: la desintegración del partido gubernamental; llevarlo al borde de su desaparición. Acabar, inclusive, con el juego a la mitología alrededor de un liderazgo que lo está arrastrando y sepultando la denominada fuerza sucesora.

La situación interna, la discusión en la OEA y otros organismos internacionales, la participación de la Iglesia, y la posibilidad de que, finalmente, se constituya una verdadera y confiable expresión mediadora, además de la visita del Subsecretario de Estado norteamericano para asuntos políticos Thomas Shannon en representación del Gobierno Norteamericano, sin duda alguna, constituyen una brisa de esperanza a favor del entendimiento y de las soluciones.

De igual manera, no hay que desestimar la importancia que adquieren las severas diferencias entre quienes rechazan los entendimientos y las posiciones de aquellos que, dentro del propio Gobierno, consideran que hay que avanzar por el camino de las soluciones, y obligan a bajar presiones y tensiones públicas entre ambos grupos. Y más cuando, por otra parte, todos están al tanto de que si difícil fue la administración de la reacción social ante la escasez entre enero y junio, peor será el período de los próximos seis meses del 2016.

Es decir, presumiblemente, casi por la conveniencia que plantea la propia realidad interna y la presión externa, no es descartable que también con julio, comiencen a plantearse y presentarse opciones reales a favor de que cierta dirigencia no incurra en su propio equívoco histórico. Especialmente de aquel que insiste en negarle a su país y a los demás  venezolanos, su legítimo derecho a superar y derrotar las causas que hicieron inevitable que el mundo supiera con certeza este 23 de junio en la OEA, qué es lo que está sucediendo en esta parte del Continente.

Allí, en ese recinto, se desnudó la realidad de una nación que hoy sufre y que se niega a convertir su sufrimiento en un patrimonio existencial. Pero, además, que a partir del esfuerzo de sus ciudadanos, de la confianza en su futuro y de la participación de inversiones privadas nacionales e internacionales, y apoyada en una administración pública transparente, ética y eficiente, también puede ser un ejemplo de prosperidad social en América Latina y en el mundo.

Egildo luján Nava
Presidente de Fedecámaras Miranda y Director de Fedenaga

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