miércoles, 6 de julio de 2016

Llueve y Escampa

”Debemos prestarle atención al impulso de los tiempos. Los que se quedan atrás, son castigados por la propia vida”
Mijaíl Gorbachov

Es inaceptable por lo increíble. También por lo imposible. Afirmar sin sonrojo alguno que la economía venezolana se está recuperando, gracias a que ya se encendieron 15 “motores” activadores de dicho proceso, no es serio. Tampoco responsable. Por supuesto, tampoco es serio decir que la normalización y la recuperación serán posibles porque el sector empresarial ha escuchado el llamado gubernamental y se ha incorporado a la exigente misión.

Si incrédulos dicen sentirse aquellos que escuchan tales aseveraciones, engañados se sienten los ciudadanos de a pie. Es decir, los que no se reúnen con el Gobierno. Los que no dedican tiempo de su vida a escuchar “cadenas de radio y televisión”. Los que, en fin, deben sacrificar su derecho al descanso y a producir, porque tienen que ocuparse de hacer colas para adquirir un kilogramo de arroz. Y ahora, a casi rendirles pleitesía al arrogante burócrata “dominador” que tiene a su cargo el estratégico manejo y la administración de la comercialización de las cuasi milagrosas “bolsas” que, supuestamente, cada 21 días, alumbrarán el hogar con productos alimenticios.

En fin, esos ciudadanos engañados, y que, en el fondo, de lo que más están convencidos es de que “nada de lo que me dicen, es verdad”.

Por su parte, los que alguna vez emprendieron en Venezuela y perseveran en el sostenimiento y funcionamiento de sus centros de producción, procesamiento o comercialización de los bienes tangibles o intangibles con los que trabajan, también están conscientes de lo suyo. Es decir, que “nada es serio ni en serio”. Inclusive, que cuando les invitan a reuniones para dialogar e interactuar, al final, todo termina en un ya rutinario monólogo, en las fotografías de rigor y el cafecito o los jugos para la ocasión. En nada más.

Desde luego, en un ambiente de engañifas y de cuasi menosprecio burocrático por lo que es y representa el esfuerzo productor, lo que traduce el fondo de esa rutinaria circunstancia es que, como se apreció en los últimos días, nada -o muy poco- de lo que plantearon los empresarios en los encuentros institucionales y gremiales anuales, como lo hicieron Consecomercio, Fedeagro, Fedenaga y el sector constructor e inmobiliario, y esta semana Fedecámaras y Conindustria, si acaso, despiertan interés y atención entre dolientes nacionales e internacionales. Mejor dicho, entre accionistas, trabajadores y consumidores. Porque al Gobierno, verdaderamente, poco le importa.  

De hecho, en el 2016, año históricamente difícil para la empresa privada y la economía nacional, cada una de esas organizaciones empresariales, sin excepción,  ya expresó preocupación, inquietud, críticas y propuestas. En otra palabra, un exhorto abierto, transparente y sincero a lo necesario: provocar alianzas, consensos, entendimientos a favor de Venezuela y de los venezolanos. Un llamado a la unidad para producir, abastecer y exportar.

Es decir, un acuerdo en beneficio del país. Del mismo que ya comienza a arder socialmente por los cuatro costados, y al que no se le puede seguir conduciendo como patrimonio de pocos, o como si fuera un bien exclusivo de una minoría que rechaza toda posibilidad de aceptar que nada de lo bueno a que tiene derecho la nación será posible si persiste la negación a cambiar de rumbo, a sustituir el timonel, y a rechazar esa máxima de que aquí la economía tiene que estar al servicio de una ideología.

Definitivamente, no es posible esperar otra Venezuela con otro rostro productivo y otras condiciones sociales, mientras que lo que incide, influye y determina la actual gestión gubernamental, sea la misma base conceptual que le movió el alma a la economía europea a partir de 1848, el Comunismo. Y lo peor, a sabiendas de que, a partir de lo que ha sido y en lo que se ha traducido económica y socialmente a lo largo de la historia, no pasará de lo que ha sido hasta el Siglo XXI: regente de ruina, de  guerras y de miseria.

El “comunismo a la venezolana” grita a diario lo que ha sido y significado para el país: una farsa. Porque la verdad está reflejada en los hechos, y que son del dominio público nacional e internacional: Venezuela, en el año 2012, percibía ingresos en dólares a borbotones. Vendía su barril petrolero en $ 103. Y eso,  según el Banco Central, se tradujo en una exportación que le garantizó al país un ingreso de  $ 97.340 millones, contra una importación de bienes y servicios por $ 73.300. Extrañamente, no obstante lo aparentemente positivo –y hasta obvio-  en la relación ingresos y egresos, el sector publico registró en sus cuentas un déficit del 17,5%, que debió cubrirse con endeudamiento externo. Ningún país o empresa puede ser administrada a partir del uso de sus ingresos y patrimonio bajo un concepto gerencial de saco roto y sin control. Y eso fue lo que sucedió con Venezuela

De igual manera, al cuantificar los ingresos nacionales entre el 2006 y el 2015, es decir, durante la época de la bonanza petrolera más larga de la historia venezolana y que pudo convertir a la nación en un país ideal para la vida holgada de sus treinta millones de habitantes, lejos de pagar o  de reducir la deuda externa, la multiplicó hasta en un 500%, para terminar en lo que hoy distingue al petroestado caribeño: un país con una enorme deuda  interna y externa, y que pudiera terminar en impago  si no renegocia responsablemente en los meses venideros.

El Gobierno se dedicó, además, a perseguir al sector privado y a comprar o expropiar todo tipo de empresas. Las terminó convirtiendo en chatarras y, en el caso del sector primario, en tierras improductivas. La cuenta fácil sobre el caso arroja que, con lo invertido en comprar empresas como la Cantv, la Electricidad de Caracas, Sidor, Cementeras y muchas más -y que hoy dan lástima en lugar de producto-, alcanzaría para sanear la deuda de suplidores de alimentos, medicamentos, etc.  De igual manera, y sin duda alguna, si esas empresas hubieran continuado en manos privadas, hoy estarían funcionando adecuadamente y contribuyendo con el pago de impuestos al Fisco.

El otro eslabón que añadió dicho comunismo tropical, sin duda alguna, fue la imposición de  un eterno y destructor control de cambio, con base en la excusa de que era un transitorio sistema para evitar la fuga de capitales. Lo cierto fue que terminó siendo el instrumento más funcional en la  devaluación de  la moneda, la generación de inflación, hasta pasar a ser madre y padre de una corrupta sangría, que, como hecho innegable, pasó a ser distinguida así por  un exMinistro de Finanzas, cuando denunció la desaparición de $300 mil millones del Fisco Nacional -cual conejos de un sombrero de mago- sin que, hasta el día de hoy, se sepa  quién o quiénes fueron los verdaderos magos de tal proeza.

Desde luego, el 2016 pasará a ser, definitivamente, el año de la rendición de cuenta por la fuerza. Porque, a los precios actuales del petróleo, Venezuela, escasamente, logrará exportar $30 mil millones; además, tendrá que responder por el pago de deuda externa por el orden de $ 10.300 millones, sin olvidar el correspondiente a la deuda China y otras cancelaciones adicionales o demandas judiciales internacionales pendientes. Las importaciones de bienes, servicios, materias primas e insumos, por otro lado,  no superarán los $ 12 mil millones, equivalentes a un 17% de los $ 73.000 millones que se importaban hace pocos años.

Sin duda alguna, esa enorme diferencia es la verdadera razón del hambre y de la escasez que hoy vive y  sufre el país. También la fuente que potencia la galopante e incontrolable inflación.

En el medio de la tormenta, las expectativas giran alrededor de la convicción de que el sol saldrá nuevamente. Que hoy llueve, es cierto, Pero que escampará. Porque existe la certeza de que los países nunca tocan fondo. También que Venezuela sí reúne condiciones y posibilidades  para  superar su enorme crisis.

Para que eso suceda, sin embargo, hay que  terminar con el odio y la adoración al fetiche ideológico. Y la manera de hacerlo es alcanzando un gran Acuerdo Nacional. Pero no para  distraer el cumplimiento de obligaciones gubernamentales. Tampoco de las expresiones opositoras. Sí para dedicarse a trabajar, lo cual es sólo posible a partir de la aceptación de que el recetario con base en el cual hay que proceder, implica esfuerzos, altos costos económicos, políticos y sociales. También la obligación de evitar que sea la población, especialmente la más golpeada económicamente, la que financie el costo de dicha evolución y transformación. 

No más control de cambio y de precios. Sí a ajustar los  salarios logrando un ingreso digno para los trabajadores, y afianzando las condiciones jurídicas para que haya una verdadera reactivación de las inversiones privadas en el país.

Adicionalmente, hay que recurrir al Fondo Monetario Internacional y negociar la obtención de  un crédito blando por unos $ 50 a 60 mil millones para la estabilización y la reactivación de la economía,  y que sean invertidos adecuadamente, con probidad. Hay que  garantizar la recuperación de inventarios y acabar con la escasez, además de  recuperar la credibilidad crediticia internacional.La confianza del comercio internacional en el país ha sido otra de las  peores pérdidas a que ha sido sometida Venezuela durante la faena comunista.

Desde luego, apelar a dicha alternativa incluye la participación del sector privado para restablecer la producción de bienes, y el mejoramiento progresivo de la calidad de los servicios públicos. 

De igual manera, hay que eliminar el concepto de Estado empresario y vender todas las empresas que hoy mantiene y conduce el Gobierno, para recuperar el dinero invertido en ellas, y que sólo han traído ruina y escasez. La privatización es inminente y necesaria, sea cual sea la decisión final que se adopte.

En forma inmediata, hay que restablecer el orden Constitucional y la independencia de los poderes públicos; reducir drásticamente  las compras de armamentos y los  gastos militares. Definitivamente, los militares tienen que regresar a sus cuarteles. Y eso es tan prioritario, como que ha llegado el momento de eliminar la regaladera de petróleo, además de incrementar y mejorar su producción y cobrar lo que le adeudan al país. Así como reducir, de una vez por todas, el número de Ministerios y sus gigantescas nóminas, ademásde premiar la creación de empleos en el sector privado y afianzar un combate riguroso al delito garantizando, a partir del establecimiento de un verdadero sistema de administración de  justicia.

Todo es posible. Lo que se ha descrito, ya lo proponen y respaldan desde economistas opositores, hasta profesionales identificados con el pensamiento gubernamental. Pero para llegar hasta allí, desde luego, además, es imprescindible que se definan y se cumplan los deberes ciudadanos. Y que los derechos de las personas y el llamado “garantismo” político, no siga siendo el reflejo de lo que hoy distingue al país: un espacio abierto para que, burlona y socarronamente, un grupo de privilegiados de toga y birrete justifique la violación a conciencia de la Constitución Nacional, a la vez que esgrime argumentos en favor de la defensa de dicho pacto social.
Egildo Luján Nava
Presidente de Fedecámaras Miranda y Director de Fedenaga

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