miércoles, 17 de agosto de 2016

La maldición de Boves por @charitorojas

Es absurdo que fuerzas democráticas vuelvan a la discordia y a entredevorarse, cuando el enemigo acecha.Rómulo Betancourt(1908-1981), presidente de Venezuela, interino entre 1945 y 1948, y constitucional entre 1959 y 1964
“Hasta hoy llegó tu luz”, exclamó José Tomás Boves cuando tomó Valencia en 1814, después de un sitio de casi un mes. Aunque Boves juró ante el altar de la catedral que perdonaría la vida a los rendidos, no cumplió. La noche siguiente invitó a la sociedad valenciana a un baile, que terminó en una orgía de humillación y muerte, uno de los episodios más infames de la independencia venezolana.Los historiadores no confirman esta historias de maldiciones, pero los vaivenes de la ciudad lo recuerdan: ha sido en forma contrastante, cuna de la libertad y traidora, la ciudad industrial y la ciudad más insegura. La fuerza pujante de una Valencia que privilegió la academia y la industria como pilares de su desarrollo se ve frenada por luchas intestinas o por gobernantes que la maltratan.
La “maldición de Boves” nunca fue más patente que con el finado comandante, quien sin ocultar su aversión por los valencianos, afirmaba que ésta era una “ciudad de traidores” que había dado la espalda a Bolívar. José Antonio Páez, vecino de Valencia por muchos años, también fue blanco de su odio, lo cual provocó que la estatua del prócer en la autopista fuese derribada por fanáticos ignorantes.
Valencia también ha tenido períodos hermosos como cuando su concejo municipal daba todas las facilidades para la instalación de las grandes transnacionales que motorizaron el desarrollo del país. Y alcaldes como Armando Celli, Argenis Ecarri y Paco Cabrera, que han amado la ciudad, con más aciertos que errores. Después del período Cabrera y el gobierno de Salas Römer padre, cuando la ciudad fue embellecida gracias a la competencia de obras de ambos gobernantes, vino la debacle.
La dupla del alcalde Edgardo Parra y el gobernador Acosta Carles traía el sino de la destrucción. Cambiaron el nombre del parque Fernando Peñalver, permitieron la vandalización de la estatua de la Libertad (“símbolo del imperio”) y de Páez, arrancaron de todas las plazas los hermosos medallones de Zabaleta para sustituirlos por horrendos plásticos. Acabaron con el refaccionado boulevard de la Av. Bolívar Norte con el pretexto de un metro que nunca han terminado y su obra cumbre cultural: el despojo del Ateneo de Valencia a sus legítimos dueños, los ateneístas y la apropiación de una de las colecciones de arte más importantes de Venezuela.
El finado “premió” posteriormente a Carabobo y a Valencia designando a dos joyitas como candidatos a la gobernación: Mario Silva y Nicolás Maduro. Ambos trasladaron su inscripción electoral y no sabían cuál es la calle Constitución. Edgardo Parra, terminó sus días en la cárcel, no sin antes haber cambiado la bandera y el escudo históricos de Valencia por unos adefesios tan marginales como toda su gestión.
Después vino la esperanza con Miguel Cocchiola, que como exitoso empresario había decidido incursionar en política para gerenciar la ciudad. La división en la oposición hace que pierda ante Parra y los valencianos sufrieron las consecuencias de este juego de poderes entre facciones que violentaron la indispensable unidad. Cocchiola entonces se lanzó a diputado y ganó corrido, como también lo hizo cuando abandonó su curul para aspirar nuevamente a la alcaldía de Valencia, la cual ganó con la bendición de una aplastante mayoría.
Sin embargo, su gestión cayó ante el primer gran obstáculo: las guarimbas de 2014. El alcalde recorría la ciudad sitiada tratando de desmontar las guarimbas, pero la enardecida ciudadanía no entendía que Cocchiola defendía bienes de la ciudad y su carencia de presupuesto para reponerlos, creían que no apoyaba el movimiento por la libertad y la salida del régimen. Así comenzó una larga serie de desencuentros con los ciudadanos que junto a una dramática reducción en los recursos municipales y una absoluta carencia de comunicación para explicar razones a los vecinos, han opacado una gestión que presenta acciones positivas como los mercados comunales, las campañas de conducta ciudadana, los operativos de salud, el bacheo, las podas de arboles, el embellecimiento de espacios y recuperación de algunas plazas. Pero aún en la gestión positiva, Cocchiola se rifa las críticas, tanto del oficialismo como de la oposición.
Este año arrancó con un aumento del 4.000% en el impuesto inmobiliario, sin aviso y sin protesto. El alcalde dice que no tuvo tiempo pues la ordenanza salió el 30 de diciembre ya en puertas de la recaudación, pero esta falta de información del por qué y para qué del gran aumento causó indignación, bien aprovechada por los enemigos de Cocchiola, que ahora afronta una suspensión del cobro ordenada por el TSJ rojo.
La guinda de la torta ha sido la construcción en un terreno de La Viña que todo el mundo identifica con Cocchiola, quien lo compró hace 20 años y lo traspasó en 2009 a su hijo, cuando decidió incursionar en política. En estos momentos, con una ciudadanía furiosa porque no le recogen la basura, la familia del alcalde emprende una edificación millonaria. ¿Cómo no esperar esta oleada de críticas y acciones en su contra? Así la construcción tenga los permisos, la sombra del tráfico de influencias y el concurso de empleados públicos está latente. Por decir lo menos, esa construcción es una imprudencia con un alto costo político. La mujer del César no sólo debe ser honesta, también debe parecerlo.
En una ciudad tan crítica como Valencia, los errores se acumulan y la alcaldía debe atender la demanda ciudadana, dar explicación satisfactoria, enmendar torpezas. Hay quienes denuncian honestamente, tratando de enderezar lo torcido y deben ser escuchados. No se trata de solidaridades automáticas pero tampoco de hacer leña de un árbol cuya caída puede aplastarnos a todos. Un poco de transparencia y honestidad no sentaría nada mal. Valencia lo merece.
Charitorojas2010@hotmail.com

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