lunes, 12 de septiembre de 2016

ESPERANZA NO ES NOMBRE DE MUJER

  Formato del Futuro…
 " El que manda debe oír aunque sean las mas duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que producen los errores. "
                                                                                                    Simón Bolívar 
La última generación de venezolanos que vivió bajo la dureza, crueldad y criminalidad de una dictadura, está reducida a una poca cantidad de ciudadanos. La mayoría ya se marchó. Y es quizás por eso por lo que actualmente, a pesar de los pesares, las generaciones que nacieron a partir de finales de los cincuenta asume el presente, inclusive, como una razón  de fuerza y peso para no apartar la esperanza de su sistema de vida.

Quizás por aquello de que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Pero también, sin duda alguna, porque si para el Gobierno gobernar es lo que está haciendo, ante él también hay 30 millones de ciudadanos (¿o de carajos?) que como decía recientemente un corajudo dirigente político, y sin necesidad de invocar el evasivo artículo 350 de la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, “échale piernas y después vemos en qué termina este atajaperros”.

Es decir, la esperanza, entre otros elementos, sin duda alguna, es uno de los combustibles que predomina en el espíritu de la ciudadanía para resistir la diaria arremetida de la incompetencia, la ineptitud y de la torpeza de quienes detentan el poder. Pero, además, es el gran soporte de una actitud cívica que se forjó durante 40 años de gobiernos civiles y afianzados en la alternabilidad, y que insiste en que, resistiendo y confrontando, sí es posible abrigar un mañana cargado de alegrías y de prosperidad.

Desde luego, y nadie lo niega, también está presente un estado asfixiante de  angustia en ese mismo individual sistema de vida. Es casi insoportable; infartante. Lo refieren los especialistas, quienes ya perdieron la cuenta de nuevos pacientes que describen sistemáticos  -o permanentes- estados de somnolencia; de mal dormir y despertar bañado de sudor y sin ninguna posibilidad de conciliar el sueño nuevamente.

¿Cómo evitar que sea así?.

A diario, hay nuevos escándalos. Tantos como promesas incumplidas, rodeadas de otras que se propagan entre expresiones bobaliconas, argumentos rebuscados y citas históricas manipuladas. Suficientes todas como para que a Pinocho le colgara la nariz hasta la altura de la cintura, ante tantas falsedades que se propagan libremente en la libre sabana que constituye la gran crisis moral que también golpea a la nación. Asimismo, es dramático  el cuadro cargado de niños malnutridos, enfermos y sin posibilidades de subsistir. Y, desde luego, el de decenas de miles de niñas embarazadas dispuestas a ser madres –aunque probablemente sin habérselo propuesto- y muy lejos de pensar en la mínima posibilidad de alimentar a sus criaturas como lo consagra la Constitución.

Por otra parte, ¿cómo evitar la angustia en un ambiente en el que se movilizan millones de ciudadanos que apenas pueden medio comer o que lo hacen sólo una vez al día, después de entregar horas productivas a una cola que se hace al azar, abrigando la expectativa de poder comprar algo –si es que alcanza el dinero disponible-, o de tener la opción de promover un trueque con el vecino permanente o accidental, entre rabias contenidas y frases antigobierno?.

Son angustias que están allí, cerquita, al voltear la esquina. Y que muchas veces las alimenta y fortalece la arremetida del bandolerismo impune que, en nombre del hambre, destruye comercios, saquea a otros, y luego comparte su trofeo con uniformados; es decir, con los llamados a impedir que se promueva el delito; a evitar que la flagrancia, de paso, pase a convertirse en la base de un razonamiento ideológico para justificar un supuesto “acto de justicia” contra el acaparamiento  y la especulación.

Las angustias ciudadanas, sin embargo, también llevan implícitas otras formas de interpretación y de asimilación. Son aquellas que hacen posible que ya el 90% de la población venezolana esté protestando en contra de una gestión de Gobierno matizada por su sordera a indiferencia ante un permanente reclamo y protestas por la carencia de todo. Y que se produce, inexplicablemente, en un país petrolero, que se ufana de tener en su subsuelo las mayores reservas de crudo del mundo, pero que en materia económica insiste en actuar apegado a utópicas concepciones ideológicas propias del Siglo XIX.

Al Gobierno, le basta con echarse sobre sus hombros una bandera tricolor, cantar el ¡Gloria al Bravo Pueblo¡ y hablar de soberanía, mientras reniega de las potencialidades de que dispone el país para evitar que 30 millones de ciudadanos sigan a merced de la agresividad del hambre. Prefiere, en fin, administrar caprichosamente el ingreso sostenido de la renta petrolera, hacerlo a su manera y con base en sus intereses. Es decir, actuar de espaldas a la posibilidad cierta y factible de acometer el desarrollo de los  hidrocarburos con reales y conocidas posibilidades competitivas; mejor dicho, de explotar cuantiosos y valiosísimos recursos naturales de gran diversidad, incluyendo fabulosas tierras fértiles  tropicales aptas para convertir al país en autosuficiente productor y exportador de excedentes de alimentos, y sin comprometer, inclusive, la ventaja de disponer de parajes de ensueño para un exitoso desarrollo turístico.

Lo cierto es que más allá de la accidentalidad histórica del Gobierno del presente, Venezuela dispone de un sinfín de posibilidades ciertas para superar sus dificultades actuales. Es decir, a su alcance tiene soluciones en abundancia y, además, goza de opciones administrativas y gerenciales  para que, a partir de acciones dirigidas a disciplinar el bochinche en el que se ha convertido la rectoría del Estado, pueda conquistar una recuperación progresiva de su economía en breve tiempo.

El problema integral, entonces, radica en la presencia de un equipo de gobierno que no es tal, en una forma de gobernar improvisada y huérfana de objetivos de avanzada, y en su decidida dedicación a seguir sometiendo a 30 millones de personas a los efectos del  capricho equivocado  sobre lo que traduce bienestar familiar y progreso social.

¿Pueden entender los gobernantes y el resto de la dirigencia política que el  problema, entonces, no es ideológico, y mucho menos  el que han tratado de imponer durante los últimos casi 18 años?. Es decir, ¿el tal Socialismo del Siglo XXI definido por el dictador Fidel Castro como Comunismo, y que no funcionó ni en Cuba, según sus propias declaraciones?. ¿Ese que llevó a Venezuela a la ruina, y que ya no convence a nadie, porque terminó convirtiéndose en una pesadilla?.

Los retos de Venezuela son, concretamente, los que la ciudadanía enumera entre colas y rabia: producción, abastecimiento, seguridad personal y jurídica; capacidad de compra y calidad de vida. Estos son los temas que se tienen que abordar  obligatoriamente. Pero también porque la desatención de que son objeto, de la misma manera que hay otros motivos que estimulan esperanzas, constituye la causa de mayor peso para que, ante  las bravuconadas, los desplantes  y las amenazas, la ciudadanía sea capaz de irrespetar a la autoridad, como, según se pudo apreciar en los medios de comunicación y en las redes digitales, habría sucedido en el barrio de Santa Rosa en Margarita, estado Nueva Esparta.

En la Isla de Margarita, una cansada ciudadana, ejerciendo su derecho constitucional a protestar, en este caso haciendo uso de una cacerola, confrontó al propio Presidente de la República. Y lo hizo cara a cara, luego de que  el Jefe de Estado decidiera descender del auto presidencial, para terminar siendo objeto de un gran susto y, según vecinos de la zona, en  un intercambio de palabras subidas de tono, como de empujones. Es decir, en el medio de un espectáculo vergonzoso, y ante los ojos, las narices y la responsabilidad venida a menos de los responsables de velar por la seguridad física de la máxima autoridad administrativa del país.  

¿A cuánto  y a qué más debe llegar el país en su empeño por superar sus graves problemas de hoy?. Hay que buscar soluciones. Pero no, por supuesto, con base  en acciones “entubadas” con la participación de tres exPresidentes nombrados por el oficialismo como mediadores, y cuyo trabajo sólo se ha traducido en gastos.  De mutuo acuerdo, hay que seleccionar un equipo de mediadores de reconocida reputación e imparcialidad internacional y con una agenda de discusión. Desde luego, debe hacerse a partir de la premisa de que todos los puntos, temas o sugerencias a discutir, tienen que estar sustentadas  en la Constitución. Para que, como decía el difunto Hugo Chávez, todo se produzca “dentro de la Constitución, nada fuera de ella".

Sin bravuconadas ni insultos o ironías entre las partes, demostrando sensatez y preocupación por el país y sus ciudadanos, tales mediadores deben  aprender de la historia y sus experiencias, hacerlas valer, convertirlas en ejemplo de lo que no se debe repetir. Bastaría con citar lo que ya ha sufrido Colombia  en una guerra durante más de 50 años, y que está  a punto de concluir, para que se evite vivir otra vez lo peor de lo peor en esta parte de Latinoamérica. Además, ¿cómo no entender, de paso, que la inminencia de ese Acuerdo de Paz también debería formar parte de las inquietudes de la geopolítica venezolana, en el entendido de que si no se actúa en consonancia con dicho paso, lo que no se haga hoy pudiera convertirse mañana en  un motivo para que aquí se registre el desplazamiento de los carteles del narcotráfico Colombiano que, de hecho, ya parecieran haberse comenzado a mover con dicho propósito?.

Entre esperanzas y angustia, sí es posible darle cabida al entendimiento y activar las soluciones. Sólo que tienen que darse en obediencia a una sincera disposición y voluntad política. No para aplacar radicalismos; tampoco para aquietar egolatrías. Mucho menos para propiciar condiciones para una burda pesca en mar revuelto. Porque el país se merece -y necesita- mucho más que eso. Demanda sinceridad; exige integridad y rectitud de quienes pudieran convertirse en protagonistas de una transición no traumática.

Egildo Luján Nava
  Presidente de Fedecámaras Miranda y Director de Fedenaga 

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