lunes, 5 de septiembre de 2016

TSUNAMI Y CLARIN DE ADVERTENCIA

  Formato del Futuro…

                                             "Es durante nuestros momentos más oscuros, cuando más nos tenemos que centrar en ver la luz”

Sin duda alguna, “La Toma de Caracas” despertó a un monstruo social. Fue realmente lo que sucedió el 1 de septiembre. Muchos escépticos -y con razón- consideraron desde el mismo momento cuando se habló de dicho acto, que la sociedad venezolana ya había dado lo que podía dar en la calle para reclamar derechos. Es decir, que estaba anquilosada, desgastada. Inclusive, resignada a convivir con su miseria; a tener que hacer largas colas y dedicar decenas de horas para poder comprar migajas de alimentos. A sobrevivir entre chistes, burlas y humor negro.

Pero  para fortuna suya, del sistema democrático y del país, eso parecía ser así hasta el 31 de agosto de 2016. Porque al día siguiente, cuando fue llamada a protagonizar una protesta cívica, lo hizo. Y convincentemente. Con la misma decisión y fuerza del 6D del 2015. Definitivamente, con la fuerza propia del fenómeno natural que nace en las entrañas de los océanos, y es capaz de golpear el alma de la tierra firme. Como un verdadero Tsunami. Como la gran ola humana que plenó una parte importante de los espacios viales de la Capital de la República en una cantidad oscilante entre un millón y medio de personas. Como el grito de otros centenares de miles que a todo lo largo y ancho del país, se hicieron presentes en las calles de la nación, para expresar el mismo sentimiento que escucharon los verdaderos demócratas del mundo: ¡Cambio¡.

Todavía no se ha escrito lo debido y suficiente de parte de quienes tratan de interpretar lo que sucedió realmente ese histórico día. No obstante, se ha impuesto una coincidencia: ha sido la marcha o manifestación de protesta pacífica más numerosa, entre todas las que se han celebrado  en el continente americano.

Y si hay disidencias y serias diferencias en la interpretación del hecho como tal, es porque no son pocos los que consideran que dicha actitud de protesta no se puede tomar como una fiesta. Tampoco como un evento alegre. Por el contrario, es el serio mensaje que transmite  una sociedad que lo convierte en clara advertencia, dirigida especialmente a quienes decidieron hacer del ejercicio del poder una adicción, y no el más valioso y útil sistema en el cumplimiento moral de aquello para lo que juraron: servir.

Definitivamente, la sociedad venezolana dijo en Caracas que está harta de desatención, de descuido gubernamental, de menosprecio administrativo. En fin, de “me importa un carrizo el que se queje; y al que no le guste, que se vaya del país”. Y lo hizo -que es lo que pareciera no haberse entendido todavía en las instancias gubernamentales- dejando entrever que está dispuesta a tomar la medida civilizada necesaria y oportuna, para sustituir la desgracia nacional en la que se ha convertido un Gobierno que echó su prestigio al cauce del caraqueño río Guaire, mientras danza y pisotea arrogantemente la gravedad que traduce el hecho de que, según todas las mediciones profesionales más serias del país, cuenta con un rechazo que ronda el 90% de la población.

“La Toma de Caracas” se produjo durante la misma semana cuando en Colombia su Gobierno y una parte importante de  los grupos armados con los que ha confrontado durante más de medio siglo, decidieron poner punto final a una guerra civil que se tradujo en la muerte de más de 220.000 ciudadanos, sin incluir desplazados y migrados. Mientras que en Brasil, sus instituciones se ocupaban de dejar sin efecto el ejercicio presidencial de Dilma Rousseff, por violación de las leyes que debió honrar con cumplimiento transparente. Sólo que en Venezuela, los radicalismos políticos hacen caso omiso de ambos hechos. Y optan por minimizar, de paso, la importancia y trascendencia de lo que sucedió el 1S, por lo que se hace necesario poner sobre el tapete público la advertencia acerca del grave peligro en el que se encuentra apoyado el país, de entrar en una confrontación social que arroje consecuencias impredecibles.

La ciudadanía venezolana dio una demostración fehaciente de sus raíces cívicas con su participación en un evento de esta magnitud, sin mayores hechos de violencia y ajustada al respeto constitucional. Y al liderazgo político, de uno y otro grupo, ahora le corresponde asimilar la magnitud y alcance del mensaje subyacente en dicha conducta: que es necesaria una solución pacifica, y si es inmediata mucho mejor.

La paciencia y tolerancia colectiva no se puede medir con un termómetro. Es sólo comparable con la fuerza de un volcán, cuya explosión puede entrar en actividad sin previo aviso. 

El momento no puede seguir siendo otra ocasión para que el Gobierno Nacional insista en recurrir a más violencia, a más insultos. Y eso incluye al propio  Presidente de la República, quien, definitivamente, tiene que reencontrarse con la importancia del cargo que ostenta. 0cuparse de gobernar.

Ya es hora de que el Jefe de Estado someta a reposo su sistemática e irresponsable dedicación al uso de improperios contra líderes de la oposición, como contra la sociedad venezolana en general. También su desafortunada recurrencia a la frágil idea de que su visión gubernamental comienza y termina en la imagen de la minoría que lo acompaña y le adula. ¿En qué radica lo útil, asimismo, del apego  al empleo de aburridas, repetidas e irrelevantes cadenas de radio y televisión, y más para tratar infructuosamente de convertir mentiras en verdad, como el triste caso del manejo de cifras de asistencia a eventos públicos que están ante los ojos de propios y extraños, de venezolanos y del resto del mundo?.

Al final, citas relacionadas con cifras como las que empleó desde la Avenida Bolívar en Caracas el propio 1S, en cuanto al número de personas que estaban en uno y en el otro sitio, más que risa, lo que provoca son convicciones: resulta fácil mentir; se cree en que la sociedad venezolana naufraga en la estupidez; no hay capacidad imparcial para deducir que el propio Gobierno es una farsa; no se sabe cómo administrar el miedo a perder el control del poder.

Cuidado. Porque si el Gobierno pierde el respeto total de la ciudadanía, nada ni nadie podrá impedir que  todos los venezolanos pierdan lo mismo por igual.

Es hora de trabajar y de concluir en un acuerdo. En las guerras, sólo se cuantifican  los resultados a partir del número de bajas, de muertos. El mensaje que transmitió la ciudadanía el 1S, no es que quiere soluciones a partir de una guerra y de decenas de cadáveres como consecuencia de la ausencia de voluntad política para llegar a entendimientos. Lo que el pueblo quiere, definitivamente, es una corrección de rumbo; un cambio de sistema; una ya inevitable e improrrogable rectificación.

A quienes están hoy al frente de la jefatura del Estado, les corresponde actuar en consecuencia. Es decir, no seguir atados a argumentos baladíes; a consignas huecas; a un costoso y oxidado populismo. Porque eso no remedia ni se ocupa de lo que necesitan 30 millones de venezolanos, y con urgencia: que se erradiquen el hambre, la escasez y la miseria; que cesen las muertes por mengua y el desabastecimiento de medicamentos. Que la inseguridad y la violencia dejen de ser la carta de presentación de la actual gestión de gobierno.

No es un canto a la utopía llamar al entendimiento y a un acuerdo que evite la prolongación y agravamiento de las tragedias que ya se viven. El tsunami social del 1S dio a conocer el alcance y propósito de su mensaje. Es cuestión de escuchar, asimismo, la oportuna utilidad de ese gran CLARIN que lanzó la ciudadanía-repetimos- como una gran advertencia. Saberlo hacer pudiera implicar, de hecho, la posibilidad de liberar a Venezuela de -¿cómo Colombia?- tener que vivir una posible y devastadora desgracia.
                                                                                                                           Egildo Luján Nava                                                                               Presidente de Fedecámaras y Director de Fedenaga

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