martes, 4 de octubre de 2016

El Abastecimiento Milagroso


Tres curiosas garantías gubernamentales describieron el final del noveno mes del año: “lo peor de la crisis económica del país ya pasó; la economía entró en su proceso de estabilización y vamos a la recuperación; y octubre es el mes del pleno abastecimiento”. Es decir, dos hechos iniciales, presuntamente consumados, se convierten en garantía de que los venezolanos, tranquilamente, pueden sentarse a esperar lo mejor: la posibilidad de adquirir los bienes esenciales para satisfacer sus necesidades básicas. Y lo máximo: sin tener que hacer tediosas, fastidiosas y humillantes colas.

Escuchar eso que salió de boca de, por lo menos, dos o tres ministros y voceros políticos gubernamentales de ocasión, no le lució extraño a ningún venezolano medianamente informado; o interesado en la información. Después de todo, falsear la verdad, construir mentiras o hacer anuncios que no pasan de ser anuncios -porque ni siquiera llegan a la fase de diseño- es ya parte del puente que relaciona al Gobierno con la sociedad, al Estado con la población venezolana.

No obstante, sí llamó la atención la parte concluyente de la nueva campaña que, a todas luces, ofrecía más características de propósito electoral que de respuesta auténtica al grave problema del desabastecimiento y del hambre que acompañan a millones de ancianos, adultos, jóvenes y niños; damas y hombres, por igual. Lo del abastecimiento. Porque sólo hay abastecimiento cuando se produce, cuando se importa, cuando la estantería del comercio formal ofrece abundancia, variedad y tantos tamaños y formatos de artículos, que pueden ser adquiridos de acuerdo a la capacidad de compra de cada familia o de cada individuo.

El abastecimiento que se está ofreciendo en estos días, está atado, a decir de los voceros gubernamentales, al hecho de que los dólares que utiliza el Gobierno a su mejor saber y entender, han venido siendo empleados acertadamente en la compra de insumos y de materias primas  en variedades y cantidades suficientes, para que la industria procesadora se ocupe de manufacturar y de atender la demanda del mismo importador. No del comercio ni del comerciante. Tampoco del cumplimiento venezolano con los suplidores internacionales que, confiados en la seriedad y calidad de las relaciones de trabajo de muchos años, despacharon a Venezuela  y a la atención de  particulares, miles de contenedores con las compras que ahora hace el Estado en nombre del país.

No hay que olvidar que aquí ahora se produce es para atender a la estructura comercial y distributiva del Gobierno. Esa que bautizaron como Clap, y que, en razón de su supuesto éxito, ha pasado a convertirse en el modelo ideal para la probable siembra de yuca, la producción de pollo, la cría de cerdos y hasta el posible ensamblaje de naves aeroespaciales, si fuera posible.

En atención al nuevo escenario, lo que quiera vender el comercio formal depende de lo que permita la administración de la policía de los precios justos. Porque se trata de bienes regulados que no caben en bolsas o que son necesarios para llegarles a los consumidores que no se entienden con consejos comunales o con la estructura burocrática que, pomposamente, se exhibe como guardianes para la protección del pueblo y que los ciudadanos,simplemente, conocen como colectivos.  

También se está ofreciendo el citado abastecimiento porque, a partir de las más inverosímiles como más truculentas maneras de brincarse las restricciones establecidas en el régimen de control de cambio, ahora las importaciones pueden hacerlas las gobernaciones de los estados fronterizos, sin que los gobernados locales conozcan la base legal y administrativa que rige el susodicho mecanismo. Es cierto, se trata, en muchos casos, de la importación de productos que están sometidos a férreos, rígidos e inmaculados controles de precios para lo que se produce en el país.  Sin embargo, basta con la garantía importadora de que los precios de venta estarán por debajo de la modalidad comercial postrevolucionaria conocida como “bachaquerismo”, para que lo que derive de allí, es decir, la posibilidad de la compra, sea un problema del consumidor, indistintamente de su condición social; mejor dicho, de su nivel de ingreso. No del Gobierno central. No del Gobierno regional. Si, acaso, del comerciante.

Con base en semejantes condiciones, y de acuerdo a esa multivariedad de posibilidades productivas, importadoras y comerciales, desde luego, no hay burócrata que se resista a decir que octubre es el mes del abastecimiento. Por supuesto, habría que saber si está dispuesto a garantizar dicha posibilidad para los otros dos meses que restarían del 2016 y los 12 de 2017. Porque antes habría que solventar otro trío de tesis o de situaciones -que no garantías- en vista de que se trata del refuerzo imprescindible para que eso suceda: que la oferta basada en las sui-géneris negociaciones internacionales siga funcionando, si se producen cambios en los gobiernos fronterizos; que la hiperinflación no desarrolle su capacidad de posicionamiento definitivo, hasta que alguien destruya su base de sustentación; y que la producción primaria y manufacturera nacional, forzada por esta realidad y el cada vez más poderoso avance del hamponato dominante en contra de quienes poseen bienes de fortuna en el país, no se vean obligadas a claudicar definitivamente; a dejar de producir.

Es verdad, sin duda alguna, que a los oídos de cualquier venezolano de ese 80% de la población que está identificada como “en situación de pobreza”, incluyendo a la también ubicada en condición de “pobreza extrema”, que le hablen de abastecimiento pleno para un mes, no le suena nada mal. Pero sí le sucederá lo contrario cuando se percate que el o los bolívares que lleva en el bolsillo, si ya no le alcanzan para financiar tantas veces cuando sea necesario para hacer uso del transporte público, mucho menos serán suficientes para comprar harina de maíz precocida importada desde Colombia, o azúcar comprado en Brasil.

¿Y qué pensará o dirá, además, cuando ya no sea un modesto asalariado de cualquier empresa venezolana que debió cerrar como consecuencia del empecinamiento con el que se mantiene funcionando este desorden administrativo, y su nuevo ingreso tendrá que salir a buscarlo en abierta competencia con los otros más de 7 millones de venezolanos que están dependiendo de lo que les depara la economía informal?.

Definitivamente, no es un abastecimiento milagroso, efectista o de mentira lo que necesitan los venezolanos actualmente. Sí una respuesta gubernamental que se resista a no dar pasos atados a su imperioso sometimiento de evitar el pago de costos políticos. Porque, como van las cosas, y ante la negativa de esa misma estructura administrativa a aceptar que perdió hasta el sentido de su propia autovaloración mínimamente útil como Gobierno, no hay grito que se autocontrole, reacción social que no se incremente, y reclamo de cambio que no se convierta en mayor rechazo a lo que se está viviendo, y a quienes identifica como responsables absolutos de su tragedia.

Egildo Luján Nava
Presidente de Fedecámaras Miranda y Director de Fedenaga

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