lunes, 18 de septiembre de 2017

Pude haber tenido una abuela llamada Irma

Pude haber tenido una abuela llamada Irma 

| Por Edwin Ríos
Tengo algo en remojo y que he pensado durante el Huracán Irma. El problema de Lilian Tintori con el "cash".
Es verdad, es una figura pública, y por lo tanto nos interesa cómo pudo tener la facilidad de tener tanto dinero impreso en pacas nuevas y olorosas que se pegan; cuando se hace difícil encontrar billete en la calle. Vi una entrevista que le hicieron en CNN relacionada a ese mismo tema. Ya de antemano se sabía varias cosas: que ella está embarazada y que su esposo Leopoldo está de regreso en casa, por segunda vez, como preso político. También ya se sabía de las explicaciones tempranas de que el dinero iba destinado al tratamiento de su abuelita. Fue muy curioso que durante el comienzo de la entrevista se le preguntó del estado
de su embarazo, y de cómo se encontraba Leopoldo; pero ninguna mención de cómo se encontraba la abuela. O los reporteros se hacían los inocentes, o se hacían los inocentes.
Pero aunque después se mencionara, no hubo tanto enfoque en la pobrecita abuela, de parte de los reporteros, como lo hubo con la barriga de Lilian, o con el mismo Leopoldo, al principio de la entrevista. Pobre abuelita, que Dios la cuide siempre. En este sentido siempre me acuerdo del poema negroide "¿Y tu agüela, aonde ejtá?" de Fortunato Vizcarrondo. Ese poema hace esa misma pregunta en repetidas ocasiones, porque la gente tiende a esconder a las abuelas negras, cuando no quieren que la gente sepa que ellos tienen sangre negra en sus venas.
Eso tiende a ocurrir con las voces sordas, y sin poder de conmoción o grito, de la abuelas. Como aquellos ocho ancianos que murieron en Hollywood, Florida, esta semana, porque no tenían aire acondicionado, por fallos eléctricos relacionados con el ciclón.
Creo que después de tantos años, por fin vengo a entender el poema de Fortunato. Tiene que ver con aquellos que están en posición de hablar por otros, pero que lo hacen de forma indebida, aprovechándose de la
debilidad de los que no pueden hablar por sí mismos. Algunas veces parece como si los abuelos no existen. Terminan en refugios de ancianos, azotados por tormentas interminables, y entonces cabe preguntar, dónde están sus familiares. Cómo pueden los nietos pasar una tormenta, haciendo un esfuerzo redoblado por protegerse, sin saber de sus abuelas. ¿Están abandonadas en el refugio del olvido?
Pero lo curioso es que Lilian no esconde a su abuela. Que bueno. Pero por qué entonces esconde la procedencia del dinero. ¿Puede la imagen de la abuela no olvidada hacer contrabalance con la procedencia no mencionada de un dinero cuestionable? Bueno, ella explicó que hizo una colecta familiar, con miembros de su familia que viven en el exterior. Pero el problema es cómo ella pudo haber convertido esa colecta en
billetes que nadie puede conseguir en la calle. Después Lilian explica que el dinero estaba en una camioneta guardada en casa de un familiar, porque no podía llevarse la camioneta a su propia casa.
Con la situación del crimen en Venezuela, yo no sabía que el lugar más seguro para guardar dinero es en una camioneta parqueada en casa ajena, y no precisamente en un banco. Para todos aquellos que manejamos a nuestras abuelas, hay tiempo para esconderlas, como hay tiempo para sacarlas del closet. Siempre hay un tiempo apropiado para todo. Para sembrar, y para cosechar lo sembrado. Pero algo que también es cierto que no se debe esperar frutos de un árbol venenoso.
Eso no es una elocución de virtudes ganadas por el tiempo, sino una metáfora legal que aplica el prejuicio de evidencia ilegalmente obtenida. Cuando la evidencia es producida por el gobierno, es producida por un árbol venenoso, y no puede venir con intención sana. Pero eso también ocurre con las abuelas. A veces la tenemos escondida, y a veces la desempolvamos un poco y la sacamos del closet, para servir nuestros
propósitos. ¿Quién sabe lo que quiere decir la abuela? Por lo menos recuerdo en mi niñez que mi abuela robaba fotos. Venía de visita los domingos, preguntaba por el álbum y misteriosamente se perdían las fotos. Luego aparecían los retratos detrás de los imanes de su nevera, y ninguno nos atrevíamos a preguntarle de dónde sacó las fotos. De esa forma prefiero recordar a mi inocente agüela, que muy bien se pudo haber llamado Irma, y nunca la olvidaremos.

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