La sospechosa ambigüedad de la izquierda
Desde que la izquierda gobierna en diferentes países de América Latina, la delincuencia se ha exacerbado. A partir de entonces, la tasa de los delitos alcanzó cotas nunca antes vistas.
Según datos del Banco Mundial (BM), “América Latina y el Caribe representa solo el 8% de la población mundial, pero el 37% de los homicidios en el mundo ocurren en ella. Ocho de los diez países más violentos en el mundo se encuentran en la región”. Y la Organización Panamericana de la Salud afirma, que la criminalidad en esta región es la “pandemia social del siglo XX”. Al autor del informe del Banco Mundial le sorprende este fenómeno porque contradice teorías previas.
Por mucho tiempo, la lógica parecía irrefutable: el crimen y la violencia históricamente se creían síntomas de las fases iniciales del desarrollo de un país que se podían "curar" con crecimiento económico y reducciones de la pobreza, desempleo y desigualdad. Más recientemente, sin embargo, nuestra comprensión cambió. Los estudios ahora muestran que el desarrollo económico no necesariamente brinda mayor seguridad en las calles. Los acontecimientos que tienen lugar en América Latina y el Caribe ejemplifican este punto.
Entre 2003 y 2014 el crecimiento regional fue impresionante (alrededor de 5% anual), el 40% de los pobres ascendió a la clase media y la extrema pobreza se redujo a la mitad. Sin embargo, “la región mantuvo la indeseable distinción de ser la más violenta del mundo […] La tasa de homicidios de hecho se aceleró durante la segunda mitad de la década (2000-2010)”.
En rigor, las causas que impulsan a una persona a hacerse delincuente —o sea, a vivir a expensas del trabajo ajeno— son variadas y complejas. Entre las más importantes están la haraganería y falta de escrúpulos. Que el factor económico no es lo primordial, está probado porque en una misma familia algunos optan por delinquir mientras otros llevan una vida honrada.
En el fondo, pensar que hay una estrecha conexión entre pobreza y delincuencia, denota irrespeto hacia las personas de condición humilde. Es menosprecio considerarlas incapaces de ganarse el sustento e incluso ascender en la escala social mediante el esfuerzo honesto.
Pero eso sí, el sistema institucional debe estar diseñado de modo tal, que produzca una tierra de oportunidades. Es decir, que la intromisión del Estado en la economía sea lo menos dañina posible.
Entre los latinoamericanos, hay varias teorías acerca de este incremento brutal de la criminalidad.
Una, postula que es parte de un plan deliberado de la Izquierda continental, cuyas directrices emanan del Foro de São Paulo. La estrategia promovida sería la de crear un clima de inseguridad tan grande, que la población pida a gritos “mano dura”. Caldo de cultivo ideal para instaurar una dictadura y entronizarse en el poder.
Pero quizás, la hipótesis más acertada, sea que existe una cercanía vivencial entre ciertos sectores de la izquierda gobernante y los delincuentes. De ahí la indulgencia y ambigüedad hacia ellos. No olvidemos que en el pasado muchas de nuestras actuales autoridades robaban, secuestraban y asesinaban a sangre fría con la excusa de hacer “justicia”.
Ergo, se estaría tratando de “blanquear” una forma de vida delictiva. Por eso elevan exprofeso a la categoría de “héroes sociales” a delincuentes sanguinarios y comunes, para distorsionar la realidad y confundir a las jóvenes generaciones. Lo cual denota un sustrato moral muy cuestionable.
Una muestra paradigmática de lo expresado, lo constituye la pasmosa “evolución” que ha tenido la historia del “Chueco” Maciel, un violento delincuente infanto-juvenil de las décadas 1960-1970.
Julio Nelson Maciel Rodríeguez, alias el “Chueco” nació en una ciudad del interior de Uruguay. A principios de los años 60, siendo niño, emigró a Montevideo junto a su madre viuda y cuatro hermanos. La familia vivía en un rancho de lata en uno de los tantos cantegriles de la periferia de la capital.
A pesar de su angustiante situación, Santa Rodríguez de Maciel mantenía a sus hijos mediante su trabajo. Eran pobres pero la familia iba saliendo adelante; los niños estaban escolarizados y rendían razonablemente bien en sus estudios, salvo “el Chueco”.
De adolescente, con un amigo hacía changas en un carro. Pero un día le avisaron a Santa: “Señora, estos botijas andan haciendo del diablo”.
Así comenzó la carrera delictiva del “Chueco”: primero como menor infractor y luego como delincuente juvenil. Robaba a mano armada y protagonizó algunos hechos sangrientos. Por ejemplo, enfrentándose a tiros con la policía, hirió de gravedad en el rostro al comisario Antonio Bar Lavieja.
Un día le dijo a su madre: “Si precisás plata, entonces asalto un banco y después me entrego”. Santa le respondió: “Precisar preciso, pero el día que derrames sudor sobre tu frente, trabajando, entonces, sí, vos me alcanzás las cosas. Pero mientras usted ande en su vida equivocada, no”.
Para asegurarse refugio y silencio cómplice, el “Chueco” repartía parte de su botín con la gente de un barrio popular o cantegril.
Entre 1968 y 1969 el “Chueco” compartió andanzas y primeras planas de los diarios con los Tupamaros. En ese período, todos los mencionados cometieron una serie de asaltos en Punta del Este. Asimismo, en una operación de marketing, los tupas robaron un camión de un supermercado y “distribuyeron” los productos en un cantegril.
Como era previsible, el “Chueco” tuvo una vida corta. Murió en 1971, en un enfrentamiento a balazos con la policía, tras haber robado al guarda de un ómnibus de pasajeros. Tenía tan solo veinte años de edad pero una larga trayectoria “profesional”.
El “Chueco” no integró el movimiento Tupamaro, pero fue una figura funcional para los objetivos políticos de esa agrupación. A través de ese personaje, pretendían captar para sus filas a los sectores marginales de la sociedad.
Daniel Viglietti, en una de sus más afamadas composiciones, distorsionó la realidad al transformar a un vulgar delincuente en un héroe social. La canción titulada “El Chueco Maciel”, expresa:
“Asalta el banco y comparte
con el cantegril,
como antes el hambre,
como antes el hambre,
comparte el botín”.
Viglietti ensalza esa figura, haciendo una apología de un delincuente. Lo que delata distorsión ética y poca comprensión de las bases sobre la que se asienta la convivencia social pacífica.
Esa melodía la compuso Viglietti en 1971. Pero la deformación histórica impulsada desde la izquierda gobernante para “cambiar el pasado para así controlar el futuro”, continúa hasta nuestros días.
La voz de alerta la dio Luciano Álvarez —autor de “El Chueco Maciel, una leyenda foquista”. En una reciente columna de opinión expresa:
"Cuando me creía curado de espanto me topé con una ficha de la Secretaría de Derechos Humanos de la Presidencia de la República que coloca al Chueco entre las víctimas de la represión. Es decir que es un héroe de la nueva historia oficial que nos han impuesto y que reciben nuestros escolares, liceales y universitarios".
Tras la publicación de la nota de Álvarez, el link que llevaba a esa ficha fue borrado…
Dado los hechos mencionados, ¿es de extrañar que la izquierda tenga una postura tan ambigua hacia los delincuentes y que en sus gobiernos el crimen se haya exacerbado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario